Marcel Marceau (Mangel), extraordinario mimo universal francés, se enroló en las fuerzas de liberación francesas de Charles de Gaulle a los 17 años. Una de sus tareas consistió en alterar las fechas de nacimiento de las cédulas de identidad de varios niños judíos, para que los nazis pensaran que no podían deportarlos por ser muy pequeños. En 1944 su padre murió exterminado en Auschwitz al igual que otros millones de judíos. Luego de la guerra declaró “Estaba harto del Holocausto y todo eso. Sólo quería actuar, hacer mi carrera. Pero al madurar entendí que no hay que olvidar, la memoria es necesaria para que el horror no se repita”. En el año 2,000 en una entrevista comentó: «Sí, lloré por él, pero también lloré por los todos los otros muertos. Entre los niños quizás estaba un Einstein, un Mozart, alguien que hubiera descubierto una droga contra el cáncer». Recordar a Marceau quien murió el mismo día que llegó Alberto Fujimori detenido al Perú no deja de tener un valor simbólico porque guardando las distancias y diferencias, la experiencia de Marceau nos pone en vitrina los conceptos centrales sobre los que deberíamos reflexionar en el caso de Alberto Fujimori.
1). Sobre la autoría directa de los crímenes y delitos como requisito para ser corresponsable de ellos. Veamos por extensión un caso extremo. Es posible que haya quien diga que Hítler no mató con sus propias manos a ninguna persona, al igual que Abimael Guzmán o Augusto Pinochet. ¿Acaso eso los libera de la responsabilidad penal genocida por la muerte premeditada de millones de personas?.
2). Muchos peruanos están hartos de escuchar de Fujimori, y no pocos sugieren ¿porqué no lo dejan en paz?. Olvidar los diversos delitos en los que según los procuradores y jueces chilenos estuvo involucrado, no lo convierte automáticamente en inocente, y lo que es peor, no previene de que más adelante alguien como él reitere la misma conducta bajo el amparo del olvido, que aquí se convierte en sinónimo de impunidad. “La memoria es necesaria para que el horror no se repita” decía Marceau.
3). Sus defensores dicen que solamente murieron algunas decenas de personas entre Barrios Altos, La Cantuta (y quien sabe que otros exterminios más), lo que es un precio pequeño por la pacificación. Pero cada una de estas personas era un mundo, un padre, hijo, hermano o esposo de alguien, era una persona con biografía e historia, con el derecho fundamental a que se respete su vida. ¿Hubiera sido distinto si en lugar de un apellido común se hubieran apellidado Grau, Bolognesi, Haya de la Torre, Mariátegui, Basadre ó Fujimori?
4). Marceau decía “El silencio no tiene límites para mí. Los límites los pone la palabra”. Buena parte de los actores del poder en el Perú en la década fujimorista prefirieron autolimitarse con el silencio, seguir adelante con sus actividades y negocios bajo la consigna “No te metas y no te pasará nada”, como ocurre con Chávez ahora que ya es tarde en Venezuela. Los límites los pone la palabra… pero en este caso, es la palabra no dicha, la autocensurada, la acomodada para no irritar, como ocurre hasta hoy inclusive.
Enjuiciar a Fujimori implica enjuiciar nuestros silencios, nuestras pantomimas evasivas, nuestras palabras no dichas, nuestro pasado vergonzoso y nuestro futuro chavista o pinochetista evitado principalmente porque Fujimori no podía operar sin el fugado Montesinos. Y por lo que ya se observa desde ahora, en el 2011 elegiremos entre premiar la impunidad e indultar al probable reo, ó completar la terapia nacional que tanta falta nos hace para continuar nuestra transición hacia una democracia decente. Esa terapia nacional que hace falta para que de verdad nunca más un gobernante sienta que puede perpetuarse en el poder y desde allí decidir con su pequeña cúpula sobre la vida, carrera y patrimonio de los peruanos. En el Perú hay más de dos mil alcaldes, gobernantes regionales, congresistas y cientos de miles de consejeros, regidores, jueces, policías y funcionarios públicos con poder de decisión. Cada uno es una autoridad que tiene una dosis de poder que puede ejercerla con decencia y de acuerdo a ley, o aprovecharse de él para beneficio personal trasgrediendo la ley. Uno de los frenos inhibidores de la corrupción, la trasgresión delincuencial y los crímenes, es la consciencia de que el que comete una falta, por poderoso que haya sido, es detectado, juzgado y sancionado. Si eso ocurre con los peces gordos, influye en los peces flacos. Si Perú lograse mostrarse a sí mismo que la justicia existe, y aunque tarda finalmente llega, habremos dado un paso adelante en la contención a quienes tienen la tentación del delito.