Los colegios enormes, sean estatales o privados, que más parecen fábricas, responden a una concepción pedagógica que en otras partes del mundo está siendo superada y lo ideal es que la capacidad de un plantel sea entre 600 y 800 alumnos.
Así respondió el educador León Trahtemberg al interrogante sobre el despoblamiento observado en los planteles grandes y cómo las preferencias se trasladan a centros educativos más chicos, tendencia apreciada en nuestro medio.
Explicó que la idea de los colegios grandes se basa en la presunción que todos los alumnos son iguales. También se trata de reducir costos operativos y explotar la infraestructura con canchas o laboratorios. «Bajo este criterio surgieron las grandes unidades escolares», dijo.
Pero el problema vino cuando se detectó que en los colegios grandes los alumnos rinden menos y aumenta la indisciplina, incluyendo casos de violencia, uso de drogas y hasta violación de alumnas.
Como respuesta a tal fenómeno, se llegó a la conclusión que la autoridad debía ser vertical y el colegio se convertía en un cuartel. «Una de dos: o los alumnos hacen lo que les da la gana o el director es un dictador», añadió.
Pero conforme avanzaron las nuevas teorías, se habló de individualizar la enseñanza, reconocer la diversidad entre los alumnos, permitir la familiaridad entre profesores y discípulos, formar un equipo entre director y maestros.
Sin embargo, Trahtemberg, director del colegio «León Pinelo», precisó que un plantel con sólo 200 o 300 alumnos no es viable desde el punto de vista económico.
La ventaja de un colegio chico es contar con un clima más familiar, una relación más cercana con los alumnos, comunicación más fluida, pero las inversiones se ven limitadas, porque el costo por alumno resulta elevado.
Hizo notar que la formación no tiene que ver con el tamaño del colegio, porque algunos planteles chicos poseen un selecto grupo docente y otros no lo tienen. «La calidad hay que buscarla, conociendo al director y a los maestros», señaló.