Mi colega Manuel Bello del CNE nos hizo mención recientemente sobre una investigación de ciencias fisiológicas realizada en Cayetano Heredia con crías de ratas de laboratorio (comenzando desde el destete), acerca de los efectos de crecer en ambientes diferentes sobre el crecimiento de la corteza cerebral y sobre la velocidad para aprender a presionar una palanca para obtener comida. Encontraron que los ambientes más complejos, que permiten mayor actividad de interacción con los objetos y con los congéneres, favorecen un mayor desarrollo de la velocidad para aprender y además se asocian con mayor crecimiento del cerebro (mayor peso de la corteza cerebral como proporción del peso total del cuerpo, mayor complejidad de la ramificación de dendritas que interconectan las neuronas, etc.). Al mismo tiempo, las ratas que crecían aisladas en una jaula transparente dentro de una jaula mayor, donde podían literalmente ver, oir y oler todo lo que hacían sus «hermanitos» pero no podían hacerlo con ellos o como ellos, tenían después el mismo nivel «inferior» de desarrollo fisiológico y psicológico que aquellos de sus hermanos de camada que habían crecido en la soledad de las pequeñas cajas individuales del laboratorio.
En la misma línea un estudio británico de la Universidad de Gales del Sur publicado en Psychological Medicine reseñado por La Nación (26-1-2006) muestra que mantener una actividad mental intensa y compleja a lo largo de la vida disminuye a casi la mitad el riesgo de demencia en la vejez.
El trabajo analiza el papel que la educación, la complejidad laboral y los estilos de vida estimulantes tienen en la prevención del deterioro mental asociado con la edad, usando datos de 29.000 individuos y 22 estudios en todo el mundo. Encontraron que las personas acumulan en su vida una «reserva cognitiva» a manera de una «cuenta de ahorro» neuronal que ayuda a afrontar la declinación que impone el envejecimiento, el riesgo del Alzheimer y otras enfermedades degenerativas y demencia en 46%.
Habiendo hoy en día 600 millones de personas mayores de 60 años y estando desde mediados del siglo pasado frente a un vertiginoso aumento de la expectativa de vida, las implicancias de este estudio y las hipótesis que de él se despenden son enormes, especialmente si consideramos que el proceso de deterioro es lento, progresivo, acumulativo y se inicia a los 25 años de edad.
Se conoce que existen otros factores de riesgo para la enfermedad de Alzheimer, como por ejemplo los ataques cerebrovasculares, el alcoholismo o la depresión en la vejez, pero además de ellos se piensa que la estimulación cerebral basada en una actividad intelectual continua podría tener un efecto fisiológico al crear nuevas conexiones entre las neuronas y con ello disminuir la muerte neuronal. Hay especialistas que van más allá aún al sostener además que personas con alto nivel educativo tienden a recuprarse mejor que las personas promedio de ataques cerebrales, traumatismos craneanos, y de intoxicaciones y envenenamiento con neurotoxinas. Eso quiere decir que las personas más estimuladas desde temprana edad quedan mejor preparadas para poner en funcionamiento circuitos neuronales alternativos cuando necesitan compensar el deterioro de otras áreas. En suma, los estudios coincidieron en que las actividades estimulantes, aunque se practiquen tarde en la vida, están asociadas con un efecto protector.
Todavía hay una discusión médica sobre las razones para que esto ocurra. Hay quienes especulan con que es el mismo aprendizaje el que estimula un mayor crecimiento de neuronas creando una reserva neuronal más grande en el cerebro, por lo que toma más tiempo que las células cerebrales sean destruidas. Similarmente un estudio publicado en Nature sobre ratones modificados genéticamente expuestos a desarrollar la enfermedad de Huntington en un ambiente normal y en un ambiente enriquecido, observándose que los últimos desarrollaban más tarde la enfermedad.
Hay otros estudiosos que tienen un mirada más sociológica del asunto y postulan que son fuerzas de índole socioeconómico, como la dieta y toxinas del medio ambiente, las que pueden hacer más susceptibles a las personas de nivel cultural más bajo a un menor desarrollo de su cerebro sano.
En suma para mantener las neuronas sanas, fuertes y productivas en la vejez ayuda mucho desde la infancia el juego, el aprendizaje continuo, la creación y la interacción con los objetos, personas e ideas. Así, estos estudios refuerzan la demanda de los educadores y psicólogos de que se empleen múltiples y diversos estímulos intelectuales y sensoriales especialmente durante la infancia por su enorme valor para el desarrollo humano sano, tanto en el hogar como en los centros de estimulación inicial y pre escolares, los cuales luego debieran extenderse a los largo de toda la vida de la persona.