Octubre-diciembre 2003

Si introdujéramos todos los datos existentes sobre la realidad de la educación peruana en una computadora, esta llegaría fácilmente a la conclusión de que es inviable. No da para más. Cada vez tenemos profesores peor formados y remunerados, burócratas más ineficaces y alumnos que aprenden menos. Cada vez menos inversión por alumno y fracasos más generalizados, como aquel dato que dice que al cabo de 11 años, solamente 20% del total de alumnos que ingresaron al 1er grado de primaria culminan el 5to año de secundaria.
Sin embargo, si se ponen esos mismos terribles datos del diagnóstico educacional en el corazón de los maestros o en la boca de la mayoría de los políticos y burócratas oficiales de la educación, dirán que hay mucho espacio para ser optimistas, que en el Perú se producen experiencias innovadoras que son la envidia de otros países, que la nueva secundaria y el “Plan Huascarán” revolucionarán la educación peruana, que los resultados de la red de escuelas de “Fe y Alegría” son un buen ejemplo de lo que se podría hacer para mejorar la escuela pública, procurando de este modo consolarse y proveernos de alguna ilusión triunfadora que opaque una realidad muy deprimente: la mayoría de los alumnos peruanos de hoy no saben leer y escribir, ni sumar, restar, multiplicar y dividir.
Ocurre que las políticas y propuestas educativas han dado tantas vueltas sofisticadas en torno a las teorías inventadas por los europeos y las prácticas educacionales vendidas por los organismos de cooperación internacional, que los peruanos nos hemos quedado en nuestra ruina pedagógica. Los profesores enseñan bajo el enfoque del constructivismo sin saber de qué se trata; supuestamente evalúan con criterios cualitativos pero en su mente tienen las notas numéricas de siempre; dicen educar hacia la democracia pero lo hacen con métodos autoritarios; sugieren fomentar la integración y la tolerancia pero usan estrategias rígidas, uniformes y autoritarias. El Ministerio propone una pedagogía que se distancie del memorismo y fomente el pensamiento crítico, creativo y libre, sin embargo se selecciona a los nuevos maestros mediante exámenes enciclopédicos y memorísticos.
Como hay que estar a la moda, el Ministerio propone un currículo que contemple la prevención del embarazo adolescente, sida, alcoholismo, la drogadicción, violencia, así como estimular la formación de una conciencia tributaria, la inserción laboral, etc. Sin embargo esos vicios y carencias están cada día más presentes sin que nadie se pregunte si realmente la escuela peruana es capaz de formar hacia esos valores. Por si fuera poco, esa acumulación de expectativas irrealizables opacan cada día más la prioridad de enseñar a leer y sumar.

Quisiera sugerir que empecemos a cerrar la brecha entre el voluntarismo y la realidad, de modo que las expectativas que guíen a la población respecto a su educación sean realistas y las metas viables. En esa línea una de las dimensiones que hay que sincerar urgentemente, es la de la formación y desempeño docente, empezando por hablarle claro a los futuros maestros..

En reciente conferencia me preguntaron ¿cuál es su mensaje a los futuros maestros? Mi respuesta fue “no estudien educación”. Extrañados, preguntaron porqué. Les dije: “no estudien educación si esperan obtener un trato y reconocimiento como verdaderos profesionales; si quieren garantizarse ingresos decorosos; si esperan que el estado resuelva sus problemas; si no están dispuestos a nadar contra la corriente”. Después me preguntaron sobre la calidad de la formación docente en el Perú. Les dije “deben saber que, salvo escasas excepciones, lo que les han enseñado hasta hoy en los institutos pedagógicos y facultades de educación no sirve para lidiar exitosamente con la mayoría de los alumnos peruanos que encontrarán en las aulas, cuyos rendimientos comparativos los coloca en los últimos lugares de América Latina. Si al graduarse ustedes harán lo mismo que sus antecesores, obtendrán los mismos magros resultados. Para eso, mejor no estudien educación”.

No sé si luego de mi conferencia quedaron estudiantes con deseos de hacerse maestros en el Perú, pero mi responsabilidad es hablarles claro. El reto de ser maestro en el Perú es colosal, no apto para gente débil. A los estudiantes peruanos les enseñan las teorías pedagógicas suizas, francesas o americanas, porque no existen las peruanas. Se les enseña los modelos reformistas que la bibliografía cita para otros países, los cuales ingresan al pensamiento pedagógico peruano y a las instituciones formadoras a partir de los consultores de organismos de cooperación internacional que usualmente imponen su criterio a los funcionarios ministeriales peruanos que por años los han acogido como si tuvieran la palabra divina. Basta que un consultor haya trabajado en el BID o BM o que haya estado en Chile o Costa Rica para que su palabra se vuelva ley.

En los últimos 30 años los estudiantes peruanos de pedagogía han escrito un millón de monografías y tesis sobre educación, poco de lo cual ha sido rescatado por las administraciones ministeriales para crear la pedagogía peruana. Cuánta energía desperdicia; cuántas ilusiones de futuros docentes arrojados por la borda. No se trata de culpar a los maestros, cuyo fracaso se debe a que lo que les enseñaron u ordenaron hacer no sirve, lo que de ninguna manera pone en cuestión su enorme vocación y sacrificio. Sin ellos millones de niños peruanos no hubieran pisado nunca una escuela. Es el sistema elegido y los actores políticos los que han degradado la educación a tal nivel. Esos mismos actores que aún hoy no están dispuestos a hacer nada significativo por replantear la educación peruana.

La educación en el Perú es solo para los fuertes, para quienes tienen sólidas convicciones, ideales e inspiraciones, para quienes son capaces de luchar por sus derechos fuera del aula, sin convertir a los alumnos en los depositarios de su agresión, malestar y sinsabores.

Mi mensaje a los jóvenes es que estudien educación si se sienten capaces de ser innovadores, creadores, de hacer cosas diferentes y romper con el pasado. Estudien educación si quieren realizar su vocación navegando contra la corriente, muchas veces solitarios, recibiendo golpes por diversos flancos. Estudien educación si creen en el Perú, si creen que algún día nuestra visión de futuro será la educación, si confían en que es posible poner en la agenda de los candidatos a autoridades electas la apuesta por la educación.

Aquellos que elijan ser educadores, ingresen a la vida política, porque sin ella no tendrán la palanca para los cambios; intégrense a los movimientos cívicos por la educación que sean capaces de movilizar votos a favor de candidatos que ofrezcan gobernar poniendo a la educación en la cabeza de las prioridades.

Se necesita mucho coraje para elegir ser educador e ir contra lo establecido, porque sin eso nada cambiará. Si la corriente educacional peruana es obsoleta, el educador debe ir contra la corriente para lo cual requiere tener mucha convicción y mucho respeto por la vida democrática y los cambios pacíficos basados en el poder de la palabra y el ejemplo. Aquellos que quieran limitarse a cumplir una profesión de manera rutinaria, siguiendo solamente las pautas que le han dado sus profesores, están perdiendo el tiempo. Entrar a la educación es entrar a un mundo en el que tenemos que cambiarlo todo. El que no esté dispuesto a eso, mejor que se retire. Para ello, las facultades de educación deberían ser convertidos en talleres de creatividad y en laboratorios de innovación. Solo siendo altamente creativos y originales tendremos una oportunidad para revertir nuestro por ahora nebuloso destino.