En entrevista dominical que le hice al lúcido periodista Agustín Figueroa en RPP antes del discurso presidencial de Fiestas Patrias, sostuvo que ese discurso le parecía prescindible por dos razones. Primera, porque el recuento de sus obras y acciones del balance anual o bianual podría publicarse sector por sector en la web del gobierno con precisión y detalle haciéndose prescindible su lectura en el Congreso. Segundo, porque dado que el discurso se hace a fines de julio sobre la base de un presupuesto y plan de trabajo acordado el año previo, poco nuevo podría anunciarse para lo que restara del año. De modo que lo mejor que podría hacer es comprometerse a terminar lo ya previsto en los planes para el 2008 conocidos desde el 2007. Siendo así, me preguntaba ¿qué es lo que Alan García sí podría introducir como novedad en ese discurso? Pensaba que podría aprovechar la atención pública y su liderazgo de opinión para solicitar a la nación focalizarse en ciertas prioridades y convocar a todos los peruanos en torno a objetivos comunes de corto y largo plazo. Lamentablemente, nuevamente quedé frustrado. Si asumimos que las 4 columnas de opinión (publicadas en El Comercio) y los 3 mensajes presidenciales (2006, 2007 y 2008) son proyecciones en el papel de lo que el presidente tiene en la cabeza, todos ellos están estructurados de modo que pone primero un gran énfasis en el tema de la estabilidad y crecimiento de la economía y la atracción de inversiones extranjeras, dejando para el final los temas sociales con muy pocas líneas –si alguna- dedicadas a la infancia y la educación. Eso evidencia que está muy instalada en la cabeza del presidente la teoría del chorreo: el crecimiento económico, las inversiones, las exportaciones, las calificaciones crediticias favorables, permitirán la generación de empleos lo que automáticamente generará más bienestar para todos, y además quedarán recursos fiscales para mejorar con lo que alcance la nutrición, salud y educación de los peruanos. Sin embargo, ya está demostrado hasta la saciedad en diversos países del mundo y lo experimentamos día a día en el Perú que eso no funciona para una sociedad de tantos excluidos como la peruana, que por ello requiere de una fuerte intencionalidad redistributiva de parte del estado para que los servicios de calidad que pueden darle bienestar a los peruanos les lleguen a tiempo y les den la oportunidad de salir de su pobreza. La atención oportuna a la infancia y la educación pública universal son claves en este tema. Por ello nuevamente me ha resultado frustrante escuchar un discurso presidencial de Fiestas Patrias en el que aún no se produce ese giro mental en su capacidad de análisis sobre cuál es el reto principal del estado, que en su corazón debiera tener presente el derecho al desarrollo humano de todos los peruanos como fin supremo de su gobierno, lo que supone una priorizar la atención a la infancia (con desnutrición infantil cero), apostar por la educación (sobre todo universalizar la inicial), comprometiéndose por ello a poner la economía y la maquinaria del estado al servicio de esos grandes objetivos humanos. Una segunda frustración deviene de la incapacidad del presidente de integrar a los peruanos que piensan como él (30%) y los que no piensan como él (70%) El presidente en sus declaraciones ha descalificado a los que piensan diferente a él llamando «comechados» a los profesores, «vagos» a los médicos, «comunistas, contrabandistas y agitadores» a los dirigentes de la CGT que convocaron al paro del 9 de julio, por no mencionar los adjetivos contra Toledo u Humala, entre otros. A la vez, es capaz de argumentar que «La compra de los patrulleros fue transparente (…) Hay que ser tonto para decir que los productos chinos no tienen calidad”, en defensa del ministro Alva Castro. Sostiene además respecto al uso de la figura de Vladimiro Montesinos en un spot aprista contra los dirigentes de la CGT: “Por más que sea un delincuente, por qué no creerle, si está diciendo la verdad”. A Montesinos sí lo escucha; al resto de los peruanos que no son apristas, no. Pensé que Alan García haría un esfuerzo por ponerse encima de estas posturas que crean un ambiente de «Alan contra todos» para convertirlo en «Alan con todos», que sería conciliador, concertador, articulador, capaz de conducir a los peruanos a un «PACTO PARA EL 2021» en el que participen todos los peruanos evitando así los sobresaltos políticos esperables para el 2011 y 2016. Si puede actuar amistosamente con Hugo Chávez y Evo Morales a quienes desprecia, ¿porqué no hacerlo con Humala, Toledo y todos los peruanos que piensan diferente a él?