Uno de los principales problemas del Perú es la falta de una visión compartida de futuro. Si preguntáramos a mil peruanos al azar cómo ven al Perú dentro 10 o 20 años, sospecho que no encontraríamos un mínimo consenso. Lo mismo ocurriría probablemente con los intelectuales y empresarios. Esa fue la mayor dificultad del Consejo Nacional de Educación para proponer un proyecto educativo nacional: no saber a qué proyecto nacional servir. Obviamente, si no sabemos a dónde vamos, no podemos planificar cómo avanzar juntos y difícilmente podremos saber cuán cerca o lejos estamos de llegar y cuánto esfuerzo adicional tenemos que hacer.
Esa falta de metas compartidas concretas, visibles, alcanzables, medibles, en torno a las cuales convocar los esfuerzos nacionales, nos convierte en un cuerpo sonámbulo sin cabeza que lo oriente. Cada gobierno inventa su proyecto de nación, que es reemplazado por el siguiente, dando vueltas como trompo sin avanzar. Lourdes Flores, Alan García, Valentín Paniagua, los hermanos Humala nos auguran una reiteración similar. Entre las visiones velasquistas y liberales el espectro es demasiado grande. Dado ese contexto, quizá si aprendiéramos a fijarnos metas nacionales comunes precisas y concretas, visibles, alcanzables, medibles, podríamos tener algunas experiencias acumulables en el proceso de construir nuestra nación.
Quisiera proponer una meta organizadora inicial que podría cumplir esos objetivos: “Perú, país puntual”. En el mundo desarrollado y globalizado, la puntualidad es símbolo de modernidad. Es un gran organizador de agendas, un motor para cumplir plazos con eficiencia, un factor de competitividad y sobre todo una expresión de respeto al prójimo, ya que obliga a asumir que el tiempo del otro es tan valioso como el nuestro y que a nadie beneficia esperar y tener tiempos vacíos improductivos.
Esta meta nacional la podría instituir el próximo presidente de la República (porque el actual prestigia todo lo contrario) para convertirla en una meta exigible para todos los organismos públicos que dependen de él, y por sinergias, para todas las instituciones privadas. En este contexto, la expresión “hora peruana” (para aludir a la impuntualidad institucionalizada) pasaría a ser un insulto a la peruanidad. Debieran desarrollarse indicadores de puntualidad como los que tienen las líneas aéreas que compiten por mostrarse eficientes, de modo que los más puntuales sean premiados y los más impuntuales sancionados.
La modernidad se construye paso a paso. Uno de ellos, imprescindible, es la puntualidad.