Educar en valores… es una demanda que se le escucha sistemáticamente a los gobernantes y al liderazgo regional y peruano como si fuera algo atribuible al sector educación, que si bien tiene algo que hacer al respecto está totalmente desbordado por la magnitud y dimensiones intersectoriales de esta demanda.
A juzgar por los hechos, esta demanda parece una tomadura de pelo más que una expresión de un genuino interés por reformar los fundamentos morales de nuestro país, que está muy lejos de tener normados sus quehaceres políticos, económicos e institucionales en función de dichos valores. ¿Hablan de cooperación y solidaridad? ¿responsabilidad social? ¿bienestar común? Veamos los hechos en algunas de las potencias regionales y en nuestro propio Perú.
Brasil es la 9na potencia industrial del mundo pero 44 millones de sus 170 millones de habitantes viven en pobreza extrema y con insuficiencias alimenticias. Permitir eso ¿es un problema ético o económico?.
Argentina es el quinto país productor de alimentos del mundo, que en el año 2002 exportó alimentos que podrían alimentar a 330 millones de personas de todo el mundo (casi 10 veces su población actual) pero una quinta parte de sus niños tiene problemas de desnutrición. Permitir eso ¿es un problema ético o económico?.
En América Latina 33% de los niños están desnutridos y 190,000 niños mueren al año por enfermedades evitables vinculadas a la pobreza, diarréicas y respiratorias. Permitir eso ¿es un problema ético o económico?.
En el Perú hay 3 millones de niños menores de 5 años de los cuales 2 millones viven debajo de la línea de pobreza; 25% tiene desnutrición crónica; 33 de cada mil mueren antes del 1er año de vida; 57% muere por enfermedades prevenibles perinatales, respiratorias y diarreicas que se curan con unos pocos soles. Cuando llegan a los 6 años o más, 39% trabaja a costa de sus estudios; 75% registra retraso escolar durante la primaria. Permitir esto ¿es un problema ético o económico?. ¿Es un problema que se deriva de una imposibilidad administrativa o gerencial, o de la falta de convicción de los gobernantes sobre la necesidad de colocarse metas ambiciosas al respecto y luchar por alcanzarlas contra viento y marea? Si nuestros líderes políticos le pusieran a estos niños la cara de uno de sus propios hijos ¿permitirían algo así?
Sabemos que la familia es el escenario básico para el desarrollo afectivo, psicológico y de las calidades intelectuales básicas de los niños. Sin embargo, los apremios socioeconómicos agudos ponen en tensión extrema a la familia. Cuando un padre se queda sin empleo y sin chance para sostener a su familia, empieza a destruirse como sujeto y a destruir al grupo familiar, por lo que normalmente la madre queda sola al frente del hogar. En América Latina el 40% mujeres sufren violencia psicológica, el 25% de mujeres sufren violencia física y son 25% del total de familias aquellas en las que las madres crían solas a sus hijos. La pobreza no es neutra respecto a la familia: mina y destruye las bases de su constitución y permanencia. Permitir que eso ocurra ¿es un problema ético o económico?.
Los pobres tienen las mismas ganas de estudiar que los ricos, pero se los impide la desnutrición, la esclavitud forzada del trabajo en largas jornadas y la desarticulación familiar. Permitir esta exclusión que tiene comprobados impactos limitantes para la vida futura ¿es un problema ético o económico?.
Evidentemente, es un problema ético de primer orden.
¿Qué hacer? Supongamos que un gobernante se propusiera lograr en un año que todos los niños de 0 a 5 años del Perú tuvieran acceso gratuito y universal a alimentación nutritiva y estimulación temprana diaria, vacunas y medicamentos, para que a los 6 años lleguen a la escuela en condiciones de aprender. Para ello junta las partidas existentes agregándole otros 300 millones de dólares, movilizando a todo el aparato público civil y militar, a los universitarios y convocando además a un gran movimiento de voluntarios que quieran asumir colectivamente este gran reto. De seguro nos acercaríamos rápidamente al objetivo ético que sostiene la educación en valores que consiste esencialmente en una apuesta por la vida, la paz y la equidad. Sin duda además, cualquier gobernante que apostara por este esquema tendría largamente más del 10% de popularidad a mitad o final de su gobierno. Lo único que se requiere es tener la claridad mental y la convicción de que esto es necesario y posible. El resto, cae por su propio peso.