Regiones 07 02 2016

Se suele asumir que los gerentes son los profesionales formados para tomar decisiones de las cuales depende el rumbo que tome la empresa que gerencia, pero se pierde de vista que el mayor tomador de decisiones que hay es el maestro. Un maestro toma decisiones cada minuto que afectan la vida emocional, académica, vocacional y social de sus alumnos… al preferir a un alumno frente a otro para darle la palabra, al censurar o alentar, enojarse o ser compasivos; al plantear preguntas ininteligibles o accesibles, aprobar o desaprobar a los alumnos en los exámenes, denunciar malos comportamientos para castigarlos o acompañar al trasgresor para recuperarlo, al hacer competir a los alumnos para que unos ganen y otros pierdan, o al promover su colaboración, al aliarse con el buleador o intervenir para contener al agresor y ponerse del lado del agredido. Así, cada palabra, consigna, intención, mirada, censura o reconocimiento deja huella en los alumnos a su cargo.

Solamente si se entiende esto se podrá entender por qué los currículos y diplomas o las evaluaciones escritas a los maestros no sirven de mucho para determinar quién es un buen maestro. Por eso la formación de profesores no puede consistir en un currículo de saberes académicos o estrategias didácticas. Se requiere apreciarlo en contextos reales cuando está expuesto a relaciones con los niños en los cuales expresa su capacidad de promover el aprendizaje y establecer vínculos educativos con sus alumnos.

Por eso quien debe evaluar a los profesores es el coordinador o director que lo acompaña y visita en clase continuamente, usando el termómetro subjetivo de los afectos y confianza. Eso poco tiene que ver con los convencionales “checklists” de cifras de asistencia, costos o logros en pruebas estandarizadas que utilizan los organismos internacionales, el MINEDU y el MEF que usualmente son construidos por estadísticos, administradores y economistas que poco entienden de pedagogía y educación.

Un sistema educativo que da puntajes a diplomas y toma exámenes escritos a profesores sin directores o coordinadores que los evalúen “en vivo” cotidianamente, sin “sentir” lo que pasa en el aula, no garantiza la buena evaluación de los profesores ni la mejor formación de los alumnos.

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Una decisión trascendental. Un profesor de matemáticas tiene una gran oportunidad. Si llena su tiempo de clases ejercitando a los alumnos con operaciones rutinarias matará su interés, impedirá su desarrollo intelectual y perderá su oportunidad de cultivar sus intelectos. Pero, si desafía la curiosidad de los estudiantes planteándoles problemas accesibles a su conocimiento, y les ayuda a resolverlos con preguntas estimulantes, podrá darles el sabor de, y un medio para el pensamiento independiente. (George Pólya, How to Solve it: A New Aspect of Mathematical Method; NY, Doubleday Anchor, 171)

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