Con frecuencia los políticos y periodistas me preguntan ¿cómo reflotar la agónica educación peruana? Parecerían esperar una respuesta simple, del tipo “suban los aranceles”, “coloquen salvaguardias” o “repartan vacunas para los niños”. Es decir, respuestas que consisten básicamente en una determinada decisión que tiene una cierta logística y costo, y que si se asumen transformarían la mala educación en buena educación. Lamentablemente ese tipo de remedios no existen, porque la buena educación es el resultado de una interacción positiva y continua de una infinidad de factores encadenados que se influyen mutuamente, algunos de los cuales ni siquiera pertenecen al ámbito del sector educación. Entre ellos por ejemplo tenemos el nivel socioeconómico y educativo de los padres del escolar; las condiciones físicas, psicológicas y mentales del escolar; la formación y calidad docente; la moralidad de la gestión de la sede central, los organismos descentralizados y los propios colegios; la infraestructura; los materiales didácticos, libros y tecnologías disponibles; los currículos y las normas escolares; etc.
Mejorar la educación significa actuar de manera sistémica sobre todos los factores para que como resultado de ello se produzcan sinergias positivas que generen una espiral creciente de desarrollo y mejoramiento de la calidad de la educación. Pese a ello, y dada la precariedad de la situación, la pregunta sobre por dónde empezar es relevante, y creo que podría escogerse la formación y capacitación de los profesores, como un factor central capaz de desencadenar una reacción positiva en cadena de mejoramiento de la educación.
Creo que es evidente que si un profesor no fue bien formado y no domina ciertos temas de matemáticas, los enseñará mal, los alumnos no aprenderán, se frustrarán, tendrán bajo desempeño, saldrán desaprobados y posiblemente odiarán las matemáticas lo que influirá en el estudio de los siguientes temas. En cambio si el profesor domina los temas y los enseña bien, sus alumnos entenderán mejor y aprenderán, se percibirán como capaces de dominar las matemáticas, se motivarán para estudiar los temas siguientes, tendrán buen desempeño en las pruebas, saldrán aprobados, permanecerán en el colegio sin “tirar la toalla”, etc. Así, el buen profesor que está bien formado es un factor principal que enciende la reacción en cadena de todos los otros factores, por lo que se podría empezar las reformas creando una nueva carrera magisterial meritocrática, que incorpore las evaluaciones docentes periódicas con incentivos económicos para quienes las aprueben.
¿Cómo podría funcionar? Esquemáticamente, podría funcionar así. El Ministerio de Educación licitaría y contrataría universidades e institutos capaces de ofrecer cursos teórico-prácticos acreditados de actualización magisterial, que serían rigurosamente auditados por el ministerio en su calidad y exigencia, los cuales serían ofrecidos de manera gratuita a los profesores que voluntariamente quisieran tomarlos. Quienes los aprueben, recibirían puntajes con cargo a aumentos de sueldos. Quienes los desaprueben, tendrían hasta dos oportunidades más para aprobarlos. De no aprobar, dejarían la carrera magisterial por haber evidenciado que no son competentes. Con el tiempo, esto permitiría el reciclamiento de todos los profesores renovándose el magisterio peruano, decantándose a su vez a aquellos que no son competentes como docentes. Probablemente la mayoría de profesores aprueben estos cursos, pero previo esfuerzo lo que sin duda abonará a favor de la calidad docente.
Una medida así empujaría a las universidades a ofrecer mejores cursos, si es que quieren ganar las licitaciones (lo que beneficiaría además a todos los estudiantes de educación que estarían a cargo de los mismos profesores que están haciendo los cursos para el ministerio); permitiría hacer una serie de trabajos de investigación sobre los docentes peruanos, que actualmente son muy escasos; mejoraría la calidad de los docentes (porque habrán fortalecido su formación y sus capacidades docentes), incentivaría la superación de los docentes (porque se remuneraría el esfuerzo), produciría alumnos con mejor rendimiento (porque estarían en manos de mejores profesores), reduciría el fracaso y abandono escolar, generaría más confianza en la escuela por parte de los padres y políticos, que estarían entonces mejor dispuestos a invertir más en la educación, lo que es imprescindible para mejorar todos los otros factores no docentes del sistema educativo.
Luego, la propia fuerza de estas mejorías empujaría hacia la reforma de los otros factores educativos deficientes u obsoletos y luego se aplicarían las pruebas nacionales e internacionales -en las que ya hemos participado- para comparar los mejores resultados del presente con los pésimos del pasado.
Así, se crearía un clima nacional de optimismo educativo y una inercia reformista imparable, hasta lograr los objetivos del mejoramiento de la calidad de la educación, enrumbándola hacia un futuro mejor.