Observamos las carencias éticas de nuestra sociedad cuando vemos que no hemos interiorizado la necesidad de vivir regidos por una normatividad común cuyo fin sea la vida justa, en la que los hombres sean capaces de tratarse unos a otros como iguales. La ética podría entonces nutrir a la educación universitaria con preguntas fundamentales para la búsqueda del conocimiento para resolver los grandes problemas nacionales que tienen que ver con la inequidad, injusticia y corrupción. La pedagogía y el currículo universitarios deberían estar inspirados por esta búsqueda de mejorar el país. El currículo universitario debería estar atravesado por preguntas del tipo ¿cómo globalizar el bienestar de la gente e inspirarnos no sólo en la acumulación de utilidades sino también en la redistribución y solidaridad humana?, ¿cómo fomentar la solución pacífica de los conflictos y la convivencia tolerante?, ¿cómo construir un nuevo contrato ético entre el hombre y la naturaleza, que conserve la «tierra patria» para las futuras generaciones?, ¿cómo acompañar la cibercultura y la genética con la ciberética y la bioética?, ¿cómo fortalecer la democracia, la equidad de género y el pluralismo cultural? A su vez, la pedagogía universitaria debería contener una permanente apuesta por la ética. Por ejemplo, la sanción a la corrupción, la búsqueda de la verdad y la afirmación de la libertad del pensamiento, que excluyen la enseñanza memorística, el uso de libros de un solo autor, la copia en exámenes y trabajos, la tercerización de trabajos y tesis. Asimismo, negarse a manipular a los postulantes, por una simple voracidad mercantil, para que éstos no sean tratados como una mercancía sino como personas que merecen un trato digno y respetuoso y que requieren de tiempo y estabilidad suficientes para concluir tranquilos su vida escolar. Las universidades también deberían ofrecerle a sus estudiantes el ejemplo institucional de la lucha explícita contra la injusticia y la corrupción, abandonando la cómoda mudez social y la política del avestruz que las ha sacado del debate público, transmitiendo el poco ético mensaje de la insensibilidad ante las demandas de una sociedad enferma que requiere del aporte de sus miembros más lúcidos. Llama la atención que frente a los grandes problemas nacionales, las voces de las universidades estén tan ausentes y no planteen las soluciones que emergen de sus investigaciones y de los debates que se desarrollan en las aulas universitarias.