Regiones 05 03 2017

Cuando se entrevista a alumnos y exalumnos de los colegios peruanos y se les pregunta cuál fue la asignatura más difícil de su vida escolar, una buena parte menciona la física. Esto, debido a que el aprendizaje memorístico y descontextualizado de la realidad no les permitió cultivar la emoción por el entendimiento de los principios científicos que están detrás de los fenómenos físicos con los que se enfrentan en la vida cotidiana, y las dificultades de resolver problemas de física aplicando infinitas fórmulas cuyo origen y razón de ser pocos entienden pero los profesores enseñan y exigen que sean usadas.

Alumnos que estudiaron cientos de horas de física no atinan a explicar conceptualmente porqué un avión vuela sin caerse, o porqué lo hace a 11,000 metros de altura cuando los cerros más altos no pasan los 8000 metros. Difícilmente pueden explicar por qué al sacar la tapa de un radiador de un automóvil sale disparado un chorro de vapor hirviendo (por qué se calienta el carro, para qué sirve el radiador, ventilador, cómo en se enfría el motor, etc.); cómo es que se alimenta de agua y nutrientes una planta o árbol vertical cuando por encontrarse esos elementos en la tierra su ascenso iría contra la gravedad; o cómo funciona un ascensor, porqué hay casas que se caen y otras no ante un terremoto o porqué en época de calor hay tantas lluvias (Chiclayo) pero a la vez tanta nieve en las zonas altas (Ticlio)

¿Qué pasaría si evaluáramos los aprendizajes y especialmente el disfrute de los alumnos en los cursos de ciencias naturales o física de secundaria y convirtiéramos ese en un indicador crítico de la buena formación de los alumnos?

Si lo miramos bien, dominar la física no sólo es una excelente herramienta para comprender los más diversos fenómenos naturales, sino también están en la esencia de la mayoría de los nuevos desarrollos tecnológicos vinculados a la electrónica, las telecomunicaciones y el mundo digital. Deberíamos lograr que sea el curso escolar preferido

Pero no. Se sigue mirando la solvencia en la abstracta matemática como la madre de todos los aprendizajes y el indicador de cuán preparados para la vida real están los alumnos que egresan de los colegios.

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