ENTREVISTA A LEÓN TRAHTEMBERG EN EL SUPLEMENTO DOMINGO DE «LA REPÚBLICA», en tres páginas intercala aspectos de la coyuntura educativa con otros de orden personal
“Si se aplicaran criterios mínimos, tendrían que cerrar buena parte de las universidades en el Perú”
Va por un nuevo reto. Trahtemberg trabaja en el lanzamiento del colegio Aleph, en Villa (Chorrillos). En este nuevo proyecto desarrollará todas sus iniciativas sobre educación escolar.
León Trahtemberg. Educador. Ex profesor y director del colegio León Pinelo (1984-2008). Miembro del Consejo Nacional de Educación desde el 2001, fue reelegido en el 2008. Magíster en Educación por la Universidad Hebrea de Jerusalem. Articulista en diferentes diarios.
Texto: Emilio Camacho.
Foto: Musuk Nolte.
Hace diez días, mientras Lima era alborotada por diferentes protestas, León Trahtemberg inició un viaje que lo llevó a diferentes pueblos de Huánuco, Cajamarca y Trujillo. A su paso encontró a decenas de docentes que cumplen su trabajo a pesar de la precariedad con la que conviven. Es lo que destaca de esos profesores: su tenacidad, su espíritu indoblegable.
Viajó a Lauricocha para celebrar el Día del Maestro. ¿Siempre hace eso? ¿Sale de Lima todos los 6 de julio?
Bueno, me invitaron para esa fecha. Hay muchos eventos que organizan los municipios u otras instituciones. En esta oportunidad la gente de Lauricocha me contactó con anticipación, me dijeron que querían hacer un evento grande, con una parte deportiva y otra académica. Y realmente la convocatoria fue notable porque fueron los maestros de Lauricocha y los de los alrededores, quienes viajaron 2 o 3 horas para asistir a la conferencia. Se sumaron unas mil personas.
Es lo que usted destaca, el interés de estos maestros por capacitarse.
Sí, hay mucho interés.
¿Y todo se queda en lo académico o usted se suma a la celebración? Se lo digo porque a veces leo sus columnas y parece que están escritas desde el desánimo, porque nunca cambia nada y la educación sigue en crisis.
Yo diría lo siguiente. Hay iniciativas privadas loables que podrían potenciarse muchísimo si el Estado no fastidiara. El Estado le pone cadenas a la iniciativa pública y privada. Tal es así que un colegio –aunque tenga un director muy pilas y un equipo docente muy pujante– tiene infinitas limitaciones para implementar sus propuestas, así no cuesten un centavo. A veces dicen que no hay plata, pero hay un montón de cosas que se pueden hacer sin ella. Desde el momento que el Estado parte del principio de que todo el que quiere hacer algo libre va a robar, ya le ponen candados a toda iniciativa, matan a la escuela pública.
Para describir esta situación, usted dice que muchas veces los directores de colegios parecen “el ayudante del portero”, porque solo ven pasar a los maestros, sin que los dejen hacer mayores cambios.
Claro. No hacen nada. Ante cualquier cosa que hacen les dicen que están violando una norma o que no está permitido. Y llega un momento en que ellos mismos cumplen una función resignada, no se atreven. Mire, yo no entiendo cómo puede haber autonomía universitaria pero no autonomía escolar.
Entremos a ese tema. Los que protestan contra la Ley Universitaria que se discute en el Congreso dicen que se le quiere restar autonomía a la universidad. ¿Usted también cree eso? ¿Cree que detrás está la figura de un Estado controlista que acecha a la universidad?
Mire, toda ley puede ser decorativa o un instrumento de “maldad, de persecución” (hace comillas con los dedos y sonríe). La gente se pone en el peor de los casos porque sabemos que el Estado peruano no se caracteriza por ayudar a los servidores o ciudadanos, sino por poner obstáculos. Entonces hay una susceptibilidad, sin que se sepa siquiera cómo se va a reglamentar esa ley. La experiencia enseña que las supervisoras más es lo que molestan que lo que ayudan. Yo entiendo, por ello, que la gente se muestre susceptible con esta institución que va a estar adscrita y presidida por el Ministerio de Educación (la Superintendencia Nacional de Educación Universitaria, que según la Ley Universitaria autorizaría el funcionamiento de nuevas universidades) y que va a estar conformada de una manera poco predecible.
Usted dice que la susceptibilidad es lógica porque el Estado no es el mejor ejemplo de hacer las cosas bien, ¿pero el objetivo de la ley no es razonable? Se trata de ponerle freno a la proliferación de universidades de baja calidad que no aseguran un puesto de trabajo para los alumnos que egresan de ellas.
La pregunta es ¿qué cosa es calidad razonable en el Perú? Cuando la Comisión de Educación dice “vamos a escoger representantes de las 8 universidades privadas más antiguas y de las 8 públicas más antiguas”, ya están diciendo que son las únicas confiables. Eso significa que hay 110 universidades que, a criterio de la Comisión de Educación, no lo son. Ahora, yo le pregunto, universidades como las de Tayacaja, Moquegua, Cañete, que nacieron por decreto después de toma de carreteras y violencia ciudadana, ¿van a cerrarlas?, ¿alguien se va a atrever a hacerlo? Si hubiera que aplicar criterios mínimos de calidad, pedir un cuerpo de docentes con doctorados, con carreras acreditadas, tendrían que cerrar una buena parte de las universidades en el Perú. Yo soy muy escéptico de estas cosas.
¿Y la idea de hacer tesis para alcanzar el primer grado académico es una reforma adecuada?
A ver, están buscando hacer un bachillerato con tesis. Están esperando que cada año se produzcan 100 mil tesis, que nadie va a revisar. Es un absurdo todo ese asunto. Por otro lado, uno estudia diez semestres en la universidad, pero al cabo de ese tiempo no es nada. Esos diez semestres deberían dar lugar a un primer título que es el de bachiller. Luego, si quieres ser un investigador, haces una tesis de investigación. ¿Por qué una persona que no quiere ser investigador, que quiere ser un profesional que aplica en la vida real lo que le han enseñado, debe hacer tesis? Salvo que la tesis sea algo insulso, un protocolo, que todo el mundo va a aprobar o que va a pagar por ella.
Ahora los alumnos también han reaccionado contra la ley porque establece que quienes repiten tres veces un mismo curso son separados de la universidad. De hecho, hay un enorme cartel en la puerta de San Marcos que dice “No a la expulsión de estudiantes por repitencia”.
Allí hay dos problemas. Uno, el tener que pagar si repites, y el otro, tener que retirarte si repites. Este segundo tiene sentido porque de alguna manera estás demostrando que no eres competente en lo que estás formándote. Tres oportunidades es más que suficiente. Dicho sea de paso, esto ocurre en todas partes del mundo. Ahora, yo creo que la discusión va por si tienes que pagar si repites. Allí viene el problema de cobrar en la universidad pública. Y en ese sentido han declarado algunos de los miembros de la comisión.
Hay otro matiz en la ley: un alumno no puede quedarse en la universidad más de dos años después de que se cumple el tiempo mínimo que dura su carrera.
Eso no me parece bien. ¿Cuál es el problema de que un alumno solo lleve dos cursos en el semestre? Eso atenta contra cualquier concepto de educación continua. Qué pasa si yo, por razones de mi trabajo, no puedo ir más de una noche por semana a la universidad. Dicho sea de paso, mi maestría en la Universidad del Pacífico la terminé así. Llevaba dos cursos por semestre y me tomó como tres años acabarla. Esta parte de la ley me parece ridícula y discriminatoria.
Lo veo muy crítico a la acción del Estado. ¿En época electoral nunca escuchó una propuesta sobre educación que le pareciera interesante?
Es que nadie tiene la intención de cumplir las promesas, para qué perder el tiempo. Muéstreme algún gobierno que haya hecho caso a su propuesta.
Desde luego, yo parto de una pregunta ingenua, pero pensé que al menos una promesa le había llamado la atención.
No, nada. Inclusive, todo lo que los gobiernos registran como logros en educación, una vez que terminan, no aparecen en sus planes de gobierno.
Y si usted desconfía tanto de las ofertas electorales, ¿qué termina haciendo a la hora de votar?
Voy por el mal menor, y si los dos finalistas me resultan insoportables voto en blanco.
¿Qué hizo el 2011?
¿En el 2011? Ya ni me acuerdo…
…O no me quiere decir.
No, no, no. La segunda vuelta yo voté por Humala. No me acuerdo lo que hice en la primera vuelta.
¿Y sigue pensando que Humala es el mal menor?
Yo conozco a Humala. Lo he entrevistado varias veces. Me ofreció inclusive formar parte de su equipo, pero yo no tengo vocación de funcionario público.
¿Le ofreció el Ministerio de Educación?
Claro. Pero, como le digo, yo no tengo vocación de funcionario. Ocasionalmente hablaba con él, me parece buen tipo, campechano, coloquial. Como se dice en inglés es ‘easy’. Comunica fácilmente, entiende rápido las cosas. Cuando uno conoce de cerca a estos personajes, uno se da cuenta de que las cosas no son como las montan los medios. No sé por qué han creado la imagen de que es un pisado por Nadine (sonríe). Se trata de una pareja que ha trabajado y trabaja junta. Dicho sea de paso, Eliane no tenía menos poder que Nadine. Y no me vengan con el cuento de que Pilar Nores no tenía su parcela de poder.
¿Humala es el único que le ha ofrecido el Ministerio de Educación?
No, me lo han ofrecido cuatro veces. El primero que me lo ofreció fue Santiago Fujimori, pero eso fue inmediatamente después de abril del 92, y yo le respondí que eso era inaceptable. ¿Cómo iba a liderar el sector Educación después de un golpe de Estado? ¿Cómo iba a encarnar un sector que tiene que ver con la ética y la salud cívica, después de un golpe de Estado?
¿Y cuándo se dieron las otras dos ocasiones?
En el 96 me visitó otro emisario del fujimorismo. Y, en la campaña previa a la elección de Toledo, uno de los que iban a ser sus ministros también me buscó. Le dije que no. Mire, yo puedo ser un ministro del segundo año de gobierno, pero primero quiero ver si hay relación entre lo que plantea un partido y lo que termina haciendo en el gobierno. Las promesas electorales son tan mentirosas que yo no puedo sumarme a una mentira.
Con esto que me acaba de decir van a decir que se está ofreciendo para ministro.
No, para nada. Yo estoy emprendiendo un sueño: crear un colegio que responda a todas mis convicciones educativas. Tendría que estar loco para meterme en otra cosa.
Leí un poco de su hoja de vida. Usted concluyó los estudios de ingeniería mecánica pero no hizo tesis. Con la actual Ley Universitaria, usted no habría llegado a bachiller.
Sí pues, es que yo no quería hacer lo que tantos compañeros míos sí hacían, que era comprar la tesis o esperar una amnistía para que me dieran el título. Yo llegué a la conclusión de que la UNI me formó para no ser capaz de hacer una tesis. Mire, que el 40% de la gente no haga tesis es un problema de la universidad, no del alumno. Y si yo no hice la tesis en la UNI es porque no me dieron las herramientas.
Este dato de su tesis trunca lo encontré en su libro Los errores de los cuales aprendí, que es un testimonio de su experiencia como director del colegio León Pinelo. ¿Cuál era el objetivo del libro?
Cuando yo terminé mis labores como director del León Pinelo en el 2008, sentí que había vivido durante 25 años una experiencia que me dejó una serie de lecciones. Entonces, me preguntaba cuál podía ser mi aporte para otros directores. ¿Hablar de mis aciertos o de mis errores? Concluí que más aportaba contando mis errores. Además, creo que si los directores no son capaces de reconocer públicamente sus errores están en malas condiciones para hacer una retroalimentación genuina de la marcha de sus instituciones. Cómo puedo pedir a maestros o alumnos que corrijan sus conductas cuando yo me presento como una persona infalible, que nunca se equivoca.
En el libro no solo habla de su experiencia como director, también cuenta algo de su trayectoria personal. Dice que cuando empezó a escribir columnas en los diarios llegó a la conclusión de que, para hablar sobre lo dramático de la educación, no podía ser «políticamente correcto», sino «polémico». ¿Diría que aprendió a ser polémico?
Más que polémico, tuve que plantear las cosas con crudeza, sabiendo que podían ser polémicas. Hay columnistas que lo que hacen es reseñar situaciones. Por ejemplo, sobre la Ley Universitaria uno podría decir: «La norma consta de 140 artículos y los temas que la gente más discute son la elección del rector, el bachillerato y la Superintendencia», y ya está. Con esto no he herido a nadie pero tampoco he tomado posición. Y yo creo que, si uno quiere orientar a la opinión pública, uno debe decir por qué está a favor o en contra de algo, de una manera argumentada. Uno no puede quedarse en una descripción light de un asunto para no pelearse con nadie.
También hay temas personales en su libro. Usted dedica un espacio para contar lo difícil de ser director de un colegio en el que estudiaban sus tres hijos y su esposa era maestra.
¿Cómo superó todo ello?
Lo que pasa es que, digamos, no estamos hechos de fierro y vidrio. Somos seres llenos de sentimientos. Y los sentimientos de paternidad o de esposo trascienden a cualquier función que uno desempeñe. Yo recuerdo situaciones en las que mis hijos se vieron afectados por el hecho de ser mis hijos. Si alguno de mis hijos tenía un mérito, los padres decían que lo estaban reconociendo porque era hijo del director, sin que yo hubiera hecho nada. Es más, uno de mis grandes pleitos con un grupo de padres que me hacía la guerra era que uno de mis hijos, el segundo, sacó primer puesto en su promoción, y ellos consideraban que yo lo había favorecido. Y era todo lo contrario: yo había pedido que todos los asuntos relacionados a mis hijos los vieran con Idel Vexler, que era mi colega como director. A mí los profesores no me rendían ningún reporte sobre eso. Son precios que uno paga cuando los hijos están en la misma institución, pero hay que aprender a vivir bajo ese paraguas.
Hace unos meses escribió una columna exhortando a sus lectores a que agradecieran a los maestros que habían significado un gran aporte en su vida. ¿Usted tuvo un gran maestro al que pudo agradecerle?
Claro, mi suegro. Mi suegro básicamente me formó. Él vino de Israel a dirigir el León Pinelo, en dos ocasiones. En su primer cuatrienio, yo todavía era alumno. Y, en el segundo cuatrienio, me llevó al colegio para ser profesor.
¿Cuál era su nombre?
Eliahu Kehati. Fue bajo su inspiración que yo me formé como educador. Ahora, me ha hecho recordar que estoy escribiendo una nueva columna que tiene como título: No esperes a mi epitafio. Lo que pasa es que yo escucho a mucha gente que reconoce valores en determinados personajes cuando se mueren. Y no hay que esperar a la muerte para que eso ocurra.
http://www.larepublica.pe/14-07-2013/si-se-aplicaran-criterios-minimos-tendrian-que-cerrar-buena-parte-de-las-universidades-en-el-peru