Si estudiamos a los jóvenes que consumen drogas, que son sexualmente promiscuos o que hacen uso impulsivo de la violencia para imponerse, encontraremos que el denominador común de esas actitudes es la dificultad de contener los impulsos y la búsqueda del desahogo o placer inmediato. Cualquier adicción a las drogas, alimentos, sexo, trabajo, implica un escape de responsabilidades y un desborde que refleja la incapacidad de tolerar auto limitaciones.
Normalmente los ámbitos naturales para la contención de los impulsos y desbordes del joven son su familia y el colegio. Si ambas fallan en su función de orientar al joven hacia lo establecido y socialmente aceptado, solo le quedará la opción de acudir a sus amigos, quienes envueltos en similares conflictos familiares o generacionales tenderán a salirse de lo establecido, tanto en las actividades aceptables como en las censurables o prohibidas.
La adicción debe ser considerada como una enfermedad (emocional) y tratarse como cualquier otra enfermedad. Por lo tanto, debe ser abordada rápidamente, sin esperar «milagros» que extingan automáticamente la adicción, sin frenarse por la vergüenza, temor ni culpa. Por otro lado, se debe procurar mantener un balance familiar frente al tema, ya que todos los miembros de la familia son parte de la recuperación del adicto.

CAUSAS

¿Cuáles son las causas más comunes de la desubicación de los jóvenes en sus ambientes naturales? La tensión familiar y la sensación de abandono e incomunicación. Siendo que es notorio que en mayor o menor medida esto ocurre en todas las familias de nuestros tiempos, es importante considerar que toda la población está en riesgo de acceder a las drogas, y trazarse estrategias para el conjunto de los niños y jóvenes, desde que son pequeños.
Obviamente las mejores estrategias educativas son las que conducen a la prevención del consumo de drogas. AsÍ se puede evitar la compleja rehabilitación, que por su parte requiere aprender a tener una comunicación abierta entre padres e hijos, entre maestros y alumnos, para que se cultive la confianza mutua. Eso requiere dedicar premeditadamente el tiempo necesario para abrir los espacios de comunicación. También ayuda que el niño y joven aprendan a cultivar un proyecto de vida en torno al cual proponerse valores, metas y orientar sus energías para alcanzarlos. Es importante también que aprendan a ser responsables y a asumir desde pequeños las consecuencias de sus actos. Esto, sin tener que enfrentar asustados la censura violenta de los padres o maestros, sino más bien con la debida comprensión, aunque ocasionalmente se merezcan castigos.
La prevención debe iniciarse desde que el niño está en pre-escolar, y se puede hacer con actividades como a) conocer y cuidar su cuerpo, lo que le beneficia y lo que le hace daño; b) cultivar la autoestima, la individualidad, saber compartir lo que tiene en común con sus amigos, pero también a marcar lo que lo diferencia;
c) aprender a comunicar abiertamente sus ideas y sentimientos; d) aprender desde pequeño a lidiar con la presión social de su grupo, ya sea que le toque liderar, estar en la argolla o ser marginado, ya que allí se presentan el mismo tipo de fuerzas sociales que tendrá que encarar cuando sea adolescente; e) aprender a pensar anticipadamente sobre las situaciones tentadoras de la vida y sus riesgos, de modo que cuando se presenten no sean sorpresivas y el joven tenga un mecanismo de reacción o defensa ya instalado; f) tener un encuadre claro, es decir, saber qué piensan los padres y maestros sobre los temas «difíciles». Si no lo tiene en la familia o la escuela, lo buscará en el grupo de pares.

REFLEXIÓN

¿Quién no consume drogas? Quien tiene un buen encuadre psicológico y capacidad de adaptación; quien conoce la diferencia entre lo permitido y lo prohibido, lo beneficioso y lo dañino; quien tolera la frustración del «no» y es capaz de postergar los placeres; quien no se deja llevar por el grupo, sino que asume su responsabilidad personal frente a sus actos.
Una adecuada política de prevención implica que los niños y jóvenes alcancen estos logros. Y eso, en diversos sentidos, empieza desde que el niño nace, ya que el crecimiento humano sano es doloroso. Supone sacrificios y renuncias: a la posesión total de la madre, a compartir con los hermanos, a dejar de ser el centro del mundo, a tolerar que le digan «no»; a postergar placeres, a levantarse luego de caerse, etc. Ese desprendimiento lo tolera el niño si se siente seguro y apoyado por los padres, si se siente amado y comunicado. Por allí va el reto educativo.