Los candidatos presidenciales más populares de uno u otro modo han hecho compromisos para revolucionar la educación peruana en el próximo quinquenio y al igual que Toledo -quien lamentablemente no cumplió-, financiarla con el 6% del PBI (duplicando las cifras históricas de alrededor del 3% del PBI).

Alan García habló hace unos meses de un shock pedagógico (aunque curiosamente no ha repetido el slogan quizá para evitar las asociaciones negativas de la palabra shock). Promete aumentar las clases en una hora diaria y el sábado, capacitación laboral y regionalización educativa. Lourdes Flores y Valentín Paniagua han hablado de hacer una revolución educativa, que según Lourdes Flores se haría dotando de laptops a los estudiantes, con un nuevo currículo escolar, fortaleciendo la administración escolar y usando mediciones de los desempeños escolares, mientras que según Valentín Paniagua se lograría firmando multipartidariamente un “Pacto por la Educación” para el largo plazo, que implementaría el Proyecto Educativo Nacional propuesto por el Consejo Nacional de Educación, priorizando la educación rural. Ollanta Humala ha hablado de una educación orientada hacia la producción, una carrera docente meritocrática y la generación de recursos adicionales para la educación a partir de impuestos a las sobreganancias mineras.

Sin duda, el propósito revolucionario es loable pero lamentablemente se queda en los enunciados. Una revolución no se puede hacer sin revolucionarios y sin planteamientos revolucionarios. Lo que escuchamos es más de lo mismo. ¿Cómo lograr que la educación peruana que invierte 250 dólares al año por alumno y cuenta con maestros muy precarios, compita exitosamente con la europea ó asiática que invierte 5,000 dólares al año y cuenta con docentes postgraduados en las mejores universidades de sus países?

¿Cómo lograr que un país como el Perú que según el Ministerio de Educación tiene unos dos millones de analfabetos (aunque según el INEI son 12%, es decir más de tres millones), en su mayoría mujeres, mayores de 35 años, pobres, rurales e indígenas sean alfabetizadas a la brevedad para incorporarse al mundo del texto escrito y la comunicación moderna? ¿Cómo lograr que la infancia que llegue al primer grado de la escuela primaria llegue en condiciones educables, es decir con la suficiente salud, nutrición y estimulación temprana como para sacarle provecho a la escolaridad? ¿Cómo lograr que nuestras nuevas generaciones estén conectadas a Internet para dar un salto cualitativo en sus interacciones con el medio ambiente globalizado?

Nuestros candidatos siguen dando vuelta en torno a los lugares comunes que se encuentran en cualquier discurso electoral latinoamericano sobre políticas educativas, sin tocar carne. Basta coger cualquier diario de los países de la región y buscar noticias sobre educación para encontrar textos que parecen calcos de lo que ocurre en el Perú. Se sigue planteando dogmáticamente que si aumentamos el financiamiento, mejoramos los salarios magisteriales a cambio de sus méritos, alfabetizamos a los analfabetos y orientamos la educación hacia la capacitación laboral, haremos una gran revolución educativa. Eso no lo han logrado los chilenos, argentinos, brasileros ni mexicanos, nuestros compañeros de tragedia educativa según PISA, aún teniendo más recursos. Tampoco lo han logrado los reputados colombianos o costarricenses. Por su parte la revolución educativa cubana también se ha estancado en los méritos que alguna vez acumuló, por falta de recursos y acceso universal a la tecnología e internet.

En suma, ninguna de las insinuaciones de que requerimos una revolución educativa está sustentada en propuestas que de verdad se confronten con las estructuras vigentes, los paradigmas convencionales y los grupos de interés existentes (como los magisteriales o los de propietarios de instituciones educativas), mostrando cómo se pueden dar verdaderos saltos en la calidad, equidad y educabilidad en el corto plazo.

Sin duda es más cómodo no tocar temas sensibles verdaderamente revolucionarios para todos los gustos ideológicos, como podrían serlo por ejemplo, hablar de una revolución desde la organización de los padres de familia dándoles más poder en la escuela, ó desde el uso intensivo de la tecnología, ó desde un cambio radical en la gestión educativa.

Esto último en temas como la autonomía escolar podrían ir desde el enfoque liberal que permitiría a cada colegio tener una gestión cercana a la privada, -administrando libremente los recursos materiales y a los docentes en función a su desempeño-, hasta el enfoque estatista, que diluiría la educación privada dentro de la pública, desapareciendo sus particularidades y prerrogativas.

Sin embargo, nada de eso se toca. Nadie quiere arriesgarse. Ojalá que no sea un anuncio que en el quinquenio 2006-2011 tendremos más de lo mismo.

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