Estando en Uruguay hace unas semanas me tocó presenciar un importantísimo debate sobre el presupuesto para la educación que me generó una enorme envidia. El presidente Tabaré Vázquez, médico oncólogo, radioterapeuta y dirigente deportivo, quien asumiera el cargo presidencial el 1/3/2005, se enfrentó con el ministro de Economía, Danilo Astori, presidente del Senado y catedrático universitario en economía y administración, ambos del Frente Amplio, los días previos a la fecha límite para la presentación del presupuesto 2006. El motivo de la confrontación fue la exigencia del Presidente a su ministro de Economía de cumplir la promesa electoral de elevar el porcentaje del PBI destinado a la educación del 2.9% al 4.5% durante el quinquenio de gobierno que se acababa de iniciar.
Lo sorprendente para mí como peruano fueron tres cosas: primero, que un presidente electo vaya a la guerra con su ministro de Economía por cumplir una promesa, empuñando razones éticas que le demandaban cumplir lo ofrecido en la campaña; segundo, que el motivo de la guerra haya sido la educación; y tercero, que todo el gabinete apoyara al Presidente torciéndole la mano al ministro de Economía, quien a pesar de haber amenazado con renunciar si se le obligaba a cumplir tal meta, finalmente encontró la fórmula que le permitió respaldar la decisión presidencial. De nada le valieron al ministro de Economía los consabidos argumentos de la asfixia crediticia que sacudiría al Uruguay de no cumplir a pie juntillas las metas fiscales acordadas con el FMI, ni sus amenazas de renuncia. Tabaré sabía que el prestigio y peso político de Astori le hubieran causado un gran dolor de cabeza en caso de renunciar. Aun así, insistió.
Varias lecciones se desprenden de la experiencia uruguaya, además de la propiamente ética. Primero, sólo un presidente con visión de estadista entiende que sin educación no hay progreso y es capaz de jugársela hasta el final por ella. Segundo, cuando un presidente (como este médico) ha tenido experiencias profesionales previas defendiendo la dignidad de la vida humana, no hay ministro de Economía que resista la prioridad social en la agenda.
Cuidado, no se trata de romper esquemas macroeconómicos sanos, imprimir locamente billetes o permitir el desborde de la inflación. Se trata de ordenar las prioridades y apelar a fórmulas imaginativas para lograr que la vida humana digna esté a la cabeza de la agenda política.