Correo 16 11 2018

Todd Rose, director del programa Mind, Brain and Education de la Universidad de Harvard, en su charla para TED “The End of Average” censura el aplastamiento de las individualidades cuando se apuesta por el promedio o los estándares comunes a todos.

Explica cómo se logró mejorar notablemente el desempeño de los pilotos de aviones norteamericanos en los años 1950’s cuando se giró de la silla única promedio para pilotos a las sillas ajustables y regulables a las necesidades de cualquier piloto particular. Era una analogía para plantear que el sistema educativo debe adaptarse a las necesidades de todos y cada uno de los estudiantes. Diseñar algo para el promedio significa no diseñarlo para nadie en realidad, mientras que diseñar algo adaptable a cada individuo permite que cada uno demuestre lo mejor de sí mismo y así se evita el fracaso escolar.

Esta obsesión por estandarizarlo todo es un hecho matemático con enormes consecuencias prácticas. Suponer que las métricas permiten compararnos con un promedio e imaginar la existencia de “alumnos promedio” está en la misma médula de las condiciones para el fracaso escolar de buena parte del alumnado. Este modelo ignora las diferencias individuales y el reconocimiento del talento, que se encuentran precisamente en aquellos aspectos o casos que son excluidos cuando se aspira al promedio.

El mensaje a la escuela es claro: apártense de todo lo que aspire a creer que los alumnos son iguales, aprenden igual, tienen iguales capacidades e intereses y procesos intelectuales, y empiecen a pensar en los alumnos como individuos únicos e irrepetibles.

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396 síntomas de fracasos del sistema educativo en Chile. Simce en Chile, ECE en Perú, PISA y TIMSS a nivel global, como indicadores de calidad de modo totalmente descontextualizado y restrictivo, ignorando además todo el mundo no cognitivo y de habilidades blandas. Cabría preguntar también si los colegios con mejores puntajes en esas pruebas, realmente son escenarios de educación de calidad o fábricas de preparaciones estresantes de alumnos para rendir esas pruebas, al estilo del siglo pasado, para así alimentar la vanidad de los padres y autoridades que viven de esas pruebas y puntajes sin calibrar sus efectos secundarios.