Nuevamente en el congreso se propone el ingreso libre a las universidades, como se observa en el recorte de La República de hoy (Proyecto de ley 7726)

En mi opinión es una opción accesible, inmediata, equitativa, justificada, porque coloca en las universidades la obligación de conocer a los estudiantes que consideran aptos para las carreras elegidas, en lugar de convertir a los colegios en el “service” que decanta a los postulantes que se consideran aptos para la vida universitaria,

El ingreso libre a las universidades públicas que muchos consideran inviable principalmente por razones económicas y de necesidad de “seleccionar a los aptos” en mi opinión es sumamente viable y además, traslada la responsabilidad de evaluar el potencial de un ingresante a las propias universidades, en vez de convertir al colegio en una antesala a la universidad o academia de preparación de postulantes para estudiar para exámenes insulsos y obsoletos, y para ponerles un numerito promedio al final que les sirva a las universidades para decidir su admisión. Es decir, condena al colegio a regirse por un modelo educativo retrógrado y a su vez, lo convierte en un colador determinístico y estigmatizador al servicio de las universidades.

En nuestro país polarizado, casi cualquier iniciativa del gobierno o congreso arranca con la descalificación opositora y esta no será la excepción, pero los argumentos en contra no parecen muy sólidos, si entendemos que ese examen de admisión no tiene valor predictor alguno respecto al desempeño universitario y profesional futuro del ingresante. Basta ver la infinidad de ingresantes que desaprueban cursos y ciclos desde el inicio. Tampoco asume la pérdida que significa ser incapaz de admitir a tantos postulantes que sí están calificados para el mundo universitario, pero no calzan con el entrenamiento para saber responder a ese tipo de exámenes de admisión.

¿Por qué no abrir el ingreso a las universidades sin examen y que sea la universidad en el primer ciclo -que puede ser semipresencial- la que se ocupe de determinar quiénes son competentes para continuar con los estudios superiores en esa universidad? Así se eliminarían las discriminadoras PREs y academias y especialmente los retrógrados exámenes de ingreso, terminando con el condicionamiento a los profesores para que entrenen a sus alumnos en función del ingreso universitario, lo que los aparta de su rol educador de adolescentes. Respetaría la identidad de la secundaria sin convertirla en un mero filtro al servicio de la educación superior. De este modo, una vez admitidos, cada universidad contextualizaría la evaluación de los estudiantes en función de lo que considera relevante para que continúen en su seno con los estudios superiores.

El problema con la propuesta del congresista es que pretende legislar cómo sería el “ciclo cero” del ingresante, qué notas debe obtener, cuántos exámenes tiene que dar y qué cursos tradicionales debe aprobar. En suma, cero autonomía universitaria, cero pensamiento pedagógico moderno, cero criterios de lo que son las competencias y habilidades requeridas por un estudiante para estar alineado con las demandas universitarias de estos tiempos.

Creo que harían bien estos congresistas en dedicarle un poco más de esfuerzo a ver todas las aristas de sus propuestas de modo que las ideas que pueden ser relevantes  reflejen un pensamiento progresista de la educación, zafándose de las anclas retrógradas responsables del fracaso de nuestro sistema educativo para formar estudiantes competentes para las demandas del segundo cuarto del siglo XXI