Los conflictos que envuelven a Israel, Gaza, Líbano e Irán a menudo son reducidos en los titulares a una lucha territorial o religiosa unificada, pero en realidad, este escenario de violencia en el Medio Oriente tiene una naturaleza mucho más compleja.

Es esencial entender que las guerras en esta región no son todas del mismo tipo, ni responden a las mismas dinámicas, y que existen diferencias fundamentales entre la guerra militar que enfrenta a Israel contra Gaza y Hezbollah en Líbano, y los problemas territoriales no resueltos con los palestinos de la Margen Occidental.

Por un lado, el conflicto entre Israel y los grupos aliados iraníes que operan en Gaza (Hamas) y Líbano (Hezbollah) tiene una raíz militar profundamente ligada a la competencia estratégica entre dos grandes bloques de poder en el Medio Oriente: por un lado el chiísmo, liderado por Irán, y por otro lado el sunismo, liderado por Arabia Saudita. En el caso de Irán (apadrinado por Rusia), a través de su apoyo a Hezbollah y Hamas busca extender su influencia y desafiar tanto a Israel como a sus aliados anglo-norteamericanos, en una lucha por la hegemonía en la región.

Esta es una guerra de cohetes, secuestros, represalias y bombardeos, donde las tácticas militares se entrelazan con el terrorismo y el uso de escudos humanos. Es una guerra que se libra en el terreno, pero que responde a intereses geopolíticos y religiosos que trascienden las fronteras de Gaza o el sur del Líbano. No menos importantes son los intereses muy personales de las cúpulas de Hamas y Hezbollah que se enriquecen con el negocio de la guerra. (basta ver las cuentas bancarias de sus líderes para entenderlo) y los de los vendedores de armas y petróleo que se benefician del estado de guerra latente o activa.

El conflicto entre Israel y los palestinos de la Margen Occidental tiene una naturaleza distinta, menos militar y más política, aunque no por ello menos compleja. Este es un conflicto territorial y político que tiene décadas de antigüedad, cuyo origen puede leerse de modo diametralmente opuesto desde ambos lados en conflicto, y cuya posible solución siempre parece pertenecer al pasado de las oportunidades perdidas.

Paradójicamente, mientras Irán apoya económica y militarmente a Hamas y Hezbollah, los palestinos de la Margen Occidental están respaldados por una coalición de países árabes sunitas liderados por Arabia Saudita, que, aunque no simpatizan con Irán, están en sintonía en la causa palestina.

Lo que complica aún más la situación es que mientras Israel enfrenta una guerra militar abierta en el norte y el sur, tiene que lidiar con un conflicto político sin resolver en su centro. Estos problemas territoriales con los palestinos de la Margen Occidental son difíciles de encajar en la misma narrativa que el conflicto con Hezbollah o Hamas, aunque a menudo se presenten juntos en los medios o sean usados como pretexto por los enemigos de Israel para captar la simpatía popular árabe. Una es una guerra estratégica internacional y la otra es una disputa territorial arraigada en décadas de frustraciones y tensiones.

Ambos conflictos, aunque distintos en su esencia, son inseparables en la percepción global del conflicto israelí-palestino. Sin embargo, reconocer su diferente naturaleza es clave para entender lo que esta pasando en el Medio Oriente

Finalmente, hay una dimensión mental que diferencia a los mediadores con mentalidad occidental, orientados a negociar soluciones, (yo te doy, tu me das, busquemos un punto medio, etc.) y la mentalidad del liderazgo fanático religioso, orientados a conducirse según una verdad única, que requiere desconocer los derechos del otro al que hay que eliminar para prevalecer.

En el caso de Jordania y Egipto, a pesar de haber estado involucrados en guerras previas contra Israel, lograron, a través de negociaciones convencionales mediadas por EE.UU., establecer acuerdos de paz que han perdurado en el tiempo.

Así mismo, los Acuerdos de Abraham, firmados en 2020 entre Israel y varios países árabes, han abierto una nueva dimensión en las relaciones de Israel con el mundo árabe sunita, demostrando que las alianzas y negociaciones diplomáticas pueden cambiar el panorama geopolítico de la región.

Sin embargo, este cambio no se ha extendido a la teocracia iraní por el rol que se autoatribuye de librar una guerra final entre islam y los «infieles».

Así las cosas, tenemos conflictos sin solución y guerras para rato.

 

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