Los valores no se pueden enseñar en el sentido clásico, como se enseña matemática, literatura o religión. Se pueden cultivar. Eso requiere desarrollar en los alumnos la capacidad de pensar de manera crítica y confrontar su realidad, sacudiéndose de las habituales y cómodas actitudes de apatía y conformismo, que esclavizan el pensamiento. Sin embargo, más complejo aún es el problema de cómo pasar del conocimiento de un valor, a la acción consecuente. Mucha gente sabe que fumar produce cáncer, pero fuma. Saben que es conveniente una paternidad y maternidad responsable pero no se cuidan, por lo que abundan los embarazos precoces. Saben que las drogas hacen daño, pero las consumen. Saben que la falta de sueño deteriora el humor y rendimiento escolar, y aún así se trasnochan. Solamente asimilando la reflexión sobre las realidades cotidianas a nuestra actitud habitual podremos encarar estos retos, entre los cuales el más importante de todos sigue siendo ¿cómo lograr que a partir de una generación adulta tan corrupta, se engendre una generación joven que sea sana, capaz de poner orden en aquello que sus mayores han corrompido?. Cuando la realidad y el discurso escolar se contradicen, domina la realidad. Por eso el mensaje educativo debe partir del reconocimiento de la lamentable realidad objetiva, sin engañarnos, seguido de lo cual debe venir una actitud proactiva y optimista cuyo norte sea la consigna “vamos a cambiar el mundo”. Eso debe inspirarnos en la tarea educativa de formación en valores.