ROMPER LAS TABLAS DE LA LEY
Por León Trahtemberg, para Aurora Digital (Israel, 10/05/2012) y para el boletín de Iniciativa de las Religiones Unidas URI-Lima, Perú, Mayo 2012
¿Estuvo bien que Moisés rompiera las primeras tablas de la ley al bajar del Monte Sinai, luego de cuarenta días, al ver a su pueblo adorando el becerro de oro reemplazando al Dios invisible? (ocurrido el día 17 del mes de Tamuz).
Curiosa paradoja: en las alturas del monte, Dios entrega a Moisés la matriz escrita de la fe judía, y le pide que descienda al llano a darle el encuentro al pueblo descontrolado y corrompido. La Biblia con su lenguaje de incontables niveles por palabra, lo relata de un modo muy particular. Dice – en palabras de Moisés – «Entonces sujeté las dos tablas, y las arrojé de mis dos manos, y las quebré delante de vuestros ojos» (Deuteronomio 9:17)
Las dos preguntas más inmediatas respecto al texto y la condición humana serían ¿por qué dice “sujetarlas con las dos manos” y “arrojarlas con las dos manos”? ¿por qué afirmar que “las quebró delante de sus ojos”? Al parecer, aún con el lenguaje parco particular de la Biblia esas palabras pretenden describir el estado de ánimo detrás de la acción de Moisés. Es una manera de decirnos que estaba molesto, hasta furioso, y que su acción tenía una fuerte carga de rabia, fuerza y decisión, sin reparo alguno por la presencia de Dios frente al cual actuó de esa manera con toda transparencia.
Tratemos de pensar si alguna vez nos ha sucedido a nosotros estar en tal trance emocional y con tantas ganas de “mandar todo a la perdición” aunque eso signifique dejar de lado todo aquello por lo que hemos luchado toda nuestra vida. Es posible que todos podamos evocar momentos así.
La siguiente pregunta es si eso está bien o no. Quizá la primera reacción sea decir que esa es una acción censurable, y que por más que algo nos pese y duela siempre tenemos que tener el suficiente autocontrol para no agraviar, maltratar o incluso transgredir la ley.
Pero ¿qué pasa si la acción de Moisés fue intencional, hecha de un modo espectacular para hacer notar a su pueblo la magnitud de su transgresión y la frustración que eso le generó al líder que luchó por ellos y confiaba en su conducta correcta?. ¿Qué pasa si era la manera de Moisés de anunciarle al pueblo la disolución del Pacto que él había gestionado entre el pueblo y Dios por su incapacidad de cumplirlo? En ese caso, romper las tablas sería un acto de acusación a su pueblo en defensa de los ideales de la fe.
O quizá fue al revés, y fue más bien un acto para proteger a su pueblo. Moisés tuvo que resolver un dilema entre preservar las Tablas de la Ley o salvar al pueblo judío de ser responsable por el incumplimiento del Pacto. Prefirió disolver el contrato para así cuidar a su pueblo aún inmaduro. De esa manera Moisés asumió la culpa de su pueblo para convertirse en el pecador delante de Dios. El pueblo no estaba preparado. Moisés confió demasiado. Se equivocó. Asume su responsabilidad ante Dios en defensa de su pueblo para que éste no sea abandonado y reciba nuevas oportunidades de ser merecedor de la elección de Dios como contraparte del Pacto.
¿Qué podemos aprender de todo esto?
Reflexiones como las anteriores las han hecho sabios judíos desde hace siglos, y en cada época nos corresponde ver su dimensión actual en espacio y tiempo. Más de una vez en nuestras vidas, especialmente quienes tenemos algún rol de liderazgo institucional, intelectual o espiritual, tenemos que confrontar valores en pugna y escoger entre “mandar todo a la perdición” o tragarnos los sinsabores y seguir dando la pelea por nuestros seguidores, a la espera de que llegue el momento en el que puedan asumir sus responsabilidades. Estoy pensando en un líder político que renuncia a su partido cuando éste se desvía irremediablemente de su doctrina; un ministro de estado que renuncia a su cargo cuando no recibe el apoyo prometido por el Ministerio de Economía o su propio equipo de gobierno; un socio principal de una empresa que se retira de ella cansado de que los demás la hagan ingobernable. También estoy pensando en un padre de familia que prefiere alejarse de un hijo descarriado o inclusive un religioso que abandona una congregación si detecta al interior de ella corrupción o actos reñidos contra la moral que se quieren tapar sin corregir. Estoy pensando en el joven que se pelea con sus amigos porque no está dispuesto a drogarse o delinquir como ellos o aquella joven que se aleja de su enamorado cuando éste condiciona su continuidad como pareja a que ella ceda ante sus deseos.
Hay momentos en la vida en los que uno tiene que ser capaz de romper las tablas, los pactos, para preservar un principio superior, frente a quienes lo quieren trasgredir. Un principio respecto al cual uno no está dispuesto a luchar, no es un principio. Un líder que no está dispuesto a romper el pacto y a decir “hasta aquí no más”, no tiene el derecho a ser mentor del pacto.
En estos momentos cruciales siempre encontraremos personajes como Aarón, el hermano de Moisés, sosteniendo que siempre se puede transar, conciliar, aminorar la evaluación de la gravedad de las transgresiones con tal de no romper las tablas. Pero los verdaderos líderes son principistas como Moisés, capaces de poner límites y de decir “no”, o alternativamente decir “sí” cuando lo más cómodo es decir “no”.
Pero no solo hablamos de líderes formales, populares, masivos. También hablamos del liderazgo que puede tener los valores como brújula de la vida interna de cada uno. La vida cotidiana nos confronta con una gradiente de situaciones desde las complejas como las revoluciones francesas y rusas y las luchas por la independencia contra las potencias coloniales, hasta las situaciones más cotidianas como la del médico que recibe a un paciente en la sala de emergencia, y aunque de acuerdo al protocolo si no tiene un seguro médico no debe tomar algunas acciones costosas decide atender al sufrido paciente aún contraviniendo el protocolo. O por ejemplo aquella persona que lleva en su carro a una mujer que está a punto de parir y transgrede la norma de parar ante la luz roja porque reconoce como superior el valor de la vida. O por ejemplo aquél alumno que sabe que no debe usar la violencia física en el colegio sin embargo, harto de que abusen y se burlen de él, un buen día le da una paliza al líder de los acosadores, poniendo fin al acoso impune. Sabe que merece una sanción por transgredir la norma, pero decide hacerlo para lograr un fin ulterior y poner fin al abuso.
Como éstas, hay miles de situaciones en la vida cotidiana en las que tenemos que optar entre seguir la corriente, lo políticamente correcto, lo popular, las normas convencionales, o romper las reglas de la conveniencia e inclusive renunciar a nuestros cargos para fijar un principio.
En la historia de Israel hay dos ejemplos de líderes de dos bandos políticos opuestos que merecen ser recordados por esta actitud. El Premier Itzjak Rabin renunció al premierato cuando se descubrió la ilegal cuenta bancaria que su esposa mantenía en Estados Unidos sin cerrarla luego de concluir su misión de embajador. El Premier Menajem Begin renunció al liderazgo de su partido después de la primera guerra del Líbano, para decirle a su pueblo que él tenía que pagar el precio de su error o su fracaso. Ellos entendieron claramente que quién no está dispuesto a pagar el precio de sus errores, no merece ser el líder. Un valor no es sagrado si no estamos dispuestos a luchar por él.
Hoy en día, el sentido común cultural – el becerro de oro con el que vivimos complacientemente – son la corrupción, el egoísmo, el desgobierno, la explotación, la indiferencia frente al dolor ajeno… y frente a eso hay que romper esas reglas de la pasividad, la comodidad, el silencio cómplice.
Claro que las tablas no se rompen cada día… lo importante es estar dispuesto a hacerlo. Porque las tablas que no estamos dispuestos a romper, no lo valen realmente.