Un estudiante que ingresa hoy a la universidad lo hace con la ilusión de que, dentro de cinco o seis años, su título lo convierta en ciudadano pleno del mercado laboral. Pero la pregunta incómoda es: ¿cómo saber si su carrera seguirá existiendo o si habrá espacio para él en un mercado que se transforma a la velocidad de la inteligencia artificial, la automatización y los vaivenes geopolíticos?

Nunca antes la brecha entre formación y empleabilidad fue tan incierta. Carreras con prestigio histórico, como derecho, economía o contabilidad, ven parte de sus tareas absorbidas por softwares inteligentes capaces de procesar contratos o declaraciones fiscales en segundos. Al mismo tiempo, surgen ocupaciones impensadas hace una década: gestores de comunidades virtuales, especialistas en datos, diseñadores de experiencias inmersivas, entrenadores de algoritmos. El mapa laboral se dibuja y se borra como en una pizarra mágica.

¿Qué hacer entonces? La respuesta no está en elegir “la carrera correcta” como si fuera un boleto seguro, sino en construir un perfil adaptable. Los jóvenes deben preguntarse menos por la carrera y más por dónde adquirirán las habilidades transferibles que requerirán con certeza: pensamiento crítico, comunicación, trabajo en equipo, resolución creativa de problemas, manejo de tecnologías. Estas competencias son la “moneda dura” que conserva valor incluso cuando las profesiones cambian de nombre o se reconfiguran.

Además, conviene asumir que la trayectoria ya no será lineal: lo normal será pasar por distintos trabajos, reinventarse profesionalmente varias veces en el tiempo,  acumular microcertificaciones, aprender y desaprender, tener ingresos de  empleos o consultorías de corto plazo más que permanentes. El título universitario es apenas el primer paso de un camino de aprendizaje permanente y cada vez habrá más opciones alternativas al de la carrera o título universitario.

Así, el joven que entra a la universidad hoy debe dejar de imaginarse protegido por un único diploma y empezar a verse como un explorador capaz de surfear la ola del cambio. Su brújula no será la estabilidad, sino la capacidad de aprender más rápido que el mundo que lo rodea.

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