Parece existir una osmosis política global, un intercambio tóxico de lecciones, donde los extremos políticos antagónicos descubren que unirse no para construir con el gobierno sino para manipularlo según sus propios intereses, es más rentable que dialogar o buscar consensos que mantengan la conducción presidencial.

¿Es posible que estemos exportando lecciones? En Corea del Sur, el presidente Yoon Suk-yeol se enfrentó a una crisis política tras declarar la ley marcial (golpe de estado), dejando al país al borde del caos y a su Congreso al borde de destituirlo, revirtiéndose en horas ese golpe de estado

¿No suena eso como una réplica peruana? Mientras tanto, en Francia, la Asamblea Nacional decidió darle un giro a la trama: izquierda y ultraderecha unidas en un solo objetivo, derribar al primer ministro Michel Barnier, poniendo al presidente Emmanuel Macron contra las cuerdas. ¿Es esto acaso un remake del Congreso peruano y su capacidad para vetar, censurar y derribar con sincronización quirúrgica?

Y si no basta con Corea y Francia, podemos sumar a Italia, que destituyó a Mario Draghi cuando populistas y tecnócratas no lograron convivir en la misma coalición; a España, donde el Congreso logró la destitución de Mariano Rajoy tras alianzas inesperadas entre la izquierda y la derecha; y a Ecuador, donde el presidente Guillermo Lasso fue arrinconado por fuerzas opuestas hasta que la «muerte cruzada» lo llevó al abismo político.

El Perú, ese laboratorio político que ha dado al mundo destituciones exprés, presidentes en funciones por horas y alianzas tan improbables como fugaces, podría estar enseñando al mundo una lección que nadie pidió: cómo convertir la democracia en un campo de batalla que solo beneficia al caos.

La pregunta, claro, no es si Corea, Francia, Italia, España o Ecuador nos están copiando. La verdadera pregunta es para los aspirantes al sillón presidencial del 2026: ¿apuntan a gobernar como en Corea del Sur, con leyes marciales y destituciones al filo del abismo? ¿Sueñan con una Asamblea Nacional al estilo francés, en la que los extremos hacen equipo para desbaratar a cualquiera que intente construir un puente? ¿O seguirán la senda italiana, española o ecuatoriana, donde las coaliciones se forman solo para derribar gobiernos y nunca para construir?

Tal vez la solución sea tan simple como dejar de seguir modelos fallidos y aprender de nuestros propios errores. ¿Podrá el Perú del 2026 mostrar al mundo que ha madurado, eligiendo candidatos unitarios y articuladores, capaces de garantizar no solo su elección, sino también una mayoría congresal que permita gobernar con estabilidad?

Quizá sea hora de dejar de ser los protagonistas de la comedia política internacional y convertirnos, en autores de una historia más prometedora.

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