Si los logros en el sector educación dependen de la estabilidad y continuidad de las políticas y planes de largo plazo, ¿qué significa que hayamos tenido 35 ministros de educación en los últimos 35 años? La fractura permanente de la gestión, y por tanto, la imposibilidad de alcanzar metas en términos de calidad.
Esta vez le toca asumir el cargo Gerardo Ayzanoa, un conocido planificador educacional allegado a la pareja presidencial y egresado de “La Cantuta” de donde proceden sus principales colaboradores. El ritual empieza de nuevo. Nuevos viceministros, asesores y funcionarios, incluyendo el equipo del publicitado “Huascarán”; nuevos discursos sobre calidad y equidad; nuevos hallazgos sobre el creciente fracaso escolar. Hasta que un nuevo ministro en el 2003 haga exactamente lo mismo de nuevo.
Puede ser útil reconocer estas fracturas en la gestión y la consecuente incapacidad de acumulación auscultando la gestión de los últimos cuatro ministros.
La política de Federico Salas, como todos los fujimoristas, consistía en invertir inorgánicamente los escasos recursos en bienes como aulas, libros o computadoras, junto con servicios extraescolares como los desayunos y seguros, debido a su enorme potencial electoral. El magisterio relegado solo recibía improductivas capacitaciones masivas, sin opción de mejorar sus remuneraciones. El deterioro acumulado de la calidad era mayúsculo.
La política de Marcial Rubio consistió en limpiar la cúpula ministerial de fujimoristas procurando introducir decencia al sector. Convirtió la figura del ministro en un líder inteligente, protagónico y dialogante con el magisterio y la sociedad peruana, reiniciando el contacto con el Sutep y convocando la Consulta Nacional por la Educación que evidenció la demanda nacional por mejorar la calidad de la educación, tarea que quedó relegada al sucesor.
Por su parte Nicolás Lynch tuvo que lidiar con la recuperación del protagonismo del Sutep que tenía una agenda distinta a la del ministro, dando lugar a severas confrontaciones, acusaciones, huelgas y pedidos de la cabeza del ministro.
Lynch presentó los alarmantes datos sobre el muy bajo desempeño de los alumnos peruanos en Matemáticas y Lenguaje, posiblemente con el deseo de aumentar su presupuesto y a la vez exhibir las limitaciones del profesorado, preparándose para la nueva Ley del Magisterio que condicionaría la carrera docente al desempeño en el aula. Esto, sumado a su enfrentamiento con el Sutep en el tema del concurso de plazas docentes y la participación de los padres en los Consejos Escolares que evaluarían a los profesores, le valió la tacha del Sutep. La mejora de la calidad educacional solo quedó en los planes.
El Ministro Gerardo Ayzanoa, recibe como herencia la promesa presidencial de duplicar el sueldo de los profesores al cabo de cinco años, de 220 a 440 dólares, que hasta ahora apenas se elevó en 6%, o sea 50 soles. También hereda los conflictos con el magisterio y los anuncios que hiciera Lynch sobre nuevos programas de expansión de la educación inicial, cambio curricular en secundaria, mejoramiento de educación rural primaria, plan Huascarán, reparación de aulas deterioradas, etc. todos ellos de muy difícil aplicación porque se sustentan en diseños discutibles y recursos económicos por ahora inexistentes.
Visto en perspectiva, las promesas presidenciales y ministeriales caminan por un lado mientras que la calidad educativa va por otro. La escuela peruana se ha constituido en un espacio para la selección natural de los escolares, donde los más adinerados avanzan y progresan y los pobres se retrasan hasta que finalmente abandonan. Ayzanoa puede escoger entre hacer “más de lo mismo” o apostar por la calidad, es decir, la reformulación radical del sector, teniendo por supuesto presente el fantasma de la tradición sectorial que anuncia un nuevo ministro para el año 2003. ¿Marcará Ayzanoa la diferencia? Esperemos que sí.