Hewlett Packard, la empresa tecnológica más grande del mundo, cuenta hoy con 142.000 empleados contratados en 178 países. Su sede central queda en Palo Alto, EE.UU., pero la amplia mayoría de sus empleados y consumidores está fuera de EE.UU. Las consultas en inglés al ‘call center’ de American Express las contestan empleados indios desde Bangalore, India. Más de 400.000 contabilidades norteamericanas se subcontratan con contadores indios. Tutores telefónicos indios ayudan a estudiantes estadounidenses en sus tareas. Hospitales medianos en EE.UU. contratan los análisis radiológicos de sus pacientes mediante médicos conectados electrónicamente en India o Australia. ¿Por qué todos estos contratos con indios? Porque son de alto nivel, muy motivados, cuestan el 20% del costo en EE.UU. y están disponibles 24 horas al día. (Thomas Friedman, «La Tierra es Plana», capítulo 4, 2006). Estando así las cosas, ¿qué opción tienen nuestros jóvenes peruanos de acceder a un empleo bien remunerado, estable y con beneficios sociales mientras el Perú se dedique fundamentalmente a las exportaciones de materias primas y productos agrícolas? Casi ninguna. En ese segmento, el empleo bien remunerado está saturado. ¿Qué otras opciones habría? Millones de jóvenes de India, Filipinas, Tailandia, Vietnam, entre otros, están aprovechando el mundo globalizado e interconectado para emplearse vía ‘outsourcing’ en actividades informáticas telecomunicadas, que no tienen las limitaciones de las fronteras, aduanas, visas, permisos de trabajo, etc. Esta dimensión globalizada del trabajo exige del estudiante peruano saber pensar, comunicarse virtualmente, resolver situaciones nuevas e imprevistas, procesar conocimientos y diseñar soluciones originales, usando las herramientas informáticas que la tecnología permite, y ser consciente de que solo conseguirán trabajo quienes ofrezcan el mejor producto al menor precio. Entrar a este mundo exige además del dominio de las habilidades verbales y numéricas básicas en la lengua materna, el dominio del inglés y la informática, poseer una cultura empresarial y de geografía económica. Asimismo, saber manejar sus finanzas personales, créditos y ahorros para contratar sus propios seguros y formar sus propios fondos de jubilación. Poco de esto existe en nuestra educación pública y privada que solo aspira a pasar de la extrema a la mediana pobreza educativa. La educación peruana necesita una revolución, un grito de independencia respecto a las fórmulas fracasadas usadas en Latinoamérica y que el Perú ha importado acríticamente con resultados desastrosos, como se evidencian en cuanta evaluación de rendimiento escolar se haya hecho. Estamos en situación de emergencia y se requiere una verdadera revolución que transforme estructuralmente los enfoques y quehaceres de la educación peruana para que desarrolle los conocimientos y las habilidades señalados. No podemos curar el cáncer con aspirinas. La solución no pasa por hacer más de lo mismo, así sea con más dinero, como intentaron Chile, Costa Rica, Colombia, México, Brasil, los cuales siguen en la cola del mundo. Tenemos que llegar al nivel de Irlanda, Finlandia, República Checa o India. Hace falta una revolución educativa, a partir de un gobierno innovador dispuesto a apelar a fórmulas originalísimas. Difícilmente tengamos en el futuro algún otro gobierno como el actual de Alan García que cuenta con popularidad, bonanza en caja, carencia de oposición orgánica y facilidad para dominar el Congreso. Tres años bien trabajados le permitirían a Alan García despedirse del quinquenio con una educación en pleno despegue.