Los profesores evalúan con criterios cualitativos, pero en su mente siguen vigentes las notas numéricas

Si introdujéramos en una computadora todos los datos existentes sobre la educación peruana y los logros de los alumnos, esta llegaría rápidamente a la conclusión de que es inviable. No da para más. Cada vez tenemos profesores peor formados y remunerados, burócratas más ineficaces y alumnos que aprenden menos. Cada vez menos inversión por alumno y fracasos más generalizados.
Sin embargo, al poner esos mismos terribles datos en la boca de los políticos y funcionarios oficiales, antes nos decían que pronto tendríamos la mejor educación de América Latina y ahora nos dicen que las nuevas normas, los concursos docentes, la nueva secundaria y el Plan Huascarán revolucionarán la educación peruana. De este modo procuran consolarnos y proveernos de alguna ilusión triunfadora para opacar una realidad muy deprimente: la mayoría de los alumnos peruanos de hoy no saben leer ni escribir, multiplicar ni dividir.
En vista de que la Comisión de Educación del Congreso elabora el proyecto de una nueva ley general de educación para sacarlo a debate en los meses próximos, quisiera sugerir que se inspire en el objetivo de cerrar la brecha entre el voluntarismo y la realidad, de modo que las innovaciones que se escriban sobre el papel penetren realmente en las aulas. Sugiero inspirarnos en lo obvio.
Ocurre que las políticas y propuestas educativas han dado tantas vueltas sofisticadas en torno a las teorías inventadas por los europeos y las prácticas educacionales vendidas por los organismos de cooperación internacional, que los peruanos nos hemos quedado en nuestra ruina pedagógica. Los profesores dicen que enseñan bajo el enfoque del constructivismo sin comprender de qué se trata; evalúan con criterios cualitativos pero en su mente siguen vigentes las notas numéricas; dicen educar hacia la democracia pero lo hacen con métodos totalitarios; sugieren fomentar la integración y la tolerancia pero usan estrategias rígidas, uniformes y autoritarias. El ministerio propone una pedagogía interactiva que se distancie del memorismo y fomente el pensamiento crítico, sin embargo, selecciona a los nuevos maestros mediante exámenes enciclopédicos y sin explorar sus capacidades docentes ni su sentido crítico.
Como hay que estar a la moda, el ministerio propone un currículo que contemple la prevención del embarazo adolescente, la formación de una conciencia tributaria, la inserción laboral y a su vez la lucha contra el sida, alcoholismo, drogadicción, violencia, etc. Sin embargo, esos vicios y carencias están cada día más presentes en la realidad sin que nadie se pregunte si realmente la escuela peruana es capaz de hacer algo al respecto. Por si fuera poco, esa acumulación de expectativas irrealizables opacan cada día más la prioridad esencial de enseñar a leer y sumar.
¿Qué hacer entonces? Sugiero rescatar lo obvio. Es obvio que si el mayor potencial de los niños se desarrolla en sus primeros cinco años de vida el sistema educativo debe hacerse cargo de ellos desde que nacen. Es obvio que si los 50 mil colegios que existen son todos diferentes entre sí, en lugar de pretender reglamentarlos bajo el supuesto de que todos son iguales debieran normarse los más amplios márgenes de autonomía. Es obvio que si no hay ni habrá suficientes recursos, hay que estimular la inversión privada en educación. Es obvio que si el escalafón docente solo permite el ingreso de los maestros y no contempla la salida de los incapaces, la calidad docente siempre caerá. Es obvio que sin directores fuertes los centros educativos no tendrán cabeza ni norte. Es obvio que si al descentralizar se van a crear ministerios regionales o provinciales se van a repetir en ellos los vicios e ineficacias del actual ministerio central.
Rescatar lo obvio puede constituirse en el aporte más revolucionario de la próxima ley de educación.