Al parecer, el único acuerdo político posible es un pacto interino con cese de violencia, hasta que se rearme el tablero de ajedrez regional

Recuerdo que unas semanas antes de la última reunión en Camp David entre Clinton, Barak y Arafat (diciembre del 2000) un alto oficial de la policía israelí comentaba escéptico: No va a salir nada de Camp David; hace falta una guerra más para llegar a la paz. Su argumento era que los palestinos no iban a firmar un acuerdo con Israel desde la posición de rendidos o derrotados (por la ocupación israelí), sino solo desde una posición de victoriosos en su guerra de liberación de Palestina. Visto en retrospectiva, parecen palabras visionarias.
Cuando reventó la reunión de Camp David, pese a que Ehud Barak ofreció a Arafat devolver el 97% de los territorios ocupados en 1967, incluyendo la división de Jerusalén y un canje del 3% restante de territorios, quedó claro que Arafat no se atrevería a firmar ningún acuerdo. Eso porque no sería aceptable para la Yihad y el Hamas palestino ni tampoco para Libia, Irán, Iraq, Siria, etc., de quienes dependen países que no tienen ningún interés en la tranquilidad y prosperidad que le traería la paz a Israel.
Los hechos se desencadenaron en la dirección previsible. Si los moderados israelíes y palestinos no podían llegar a un acuerdo, se abría el espacio para las posiciones más extremas. Por un lado, los extremistas palestinos reanudaron la Intifada tendiente a eliminar del Medio Oriente a la entidad sionista y, por otro lado, en Israel fue elegido el gobierno nacionalista de Ariel Sharon, quien se resiste a la idea de un Estado Palestino independiente en los territorios en conflicto. Conforme los extremistas palestinos de Hamas y la Yihad se hacían más populares a partir de sus ataques armados a los vehículos israelíes y los hombres-bomba suicidas en territorio israelí, Ariel Sharon afirmaba su popularidad con políticas de mano dura con los palestinos, incluyendo la eliminación de los mentores de los suicidas palestinos. El círculo vicioso violento ha seguido creciendo. Israel se prepara ahora para una separación de facto entre sus territorios y los de los palestinos, y un eventual exilio o sustitución de Arafat. Los palestinos se preparan para una prolongada y radicalizada Intifada, que si escapa del control de Arafat encumbraría al Hamas y desplazaría a la OLP.
En este escenario, tanto Sharon como la Yihad y Hamas prefieren una confrontación frontal, ya que elimina del escenario a la OLP y cancela a perpetuidad los Acuerdos de Oslo, que Sharon no acepta por la magnitud de las concesiones y Hamas no acepta porque su objetivo es la eliminación de Israel.
Precisamente por esa razón es que Shimon Peres y el laborismo (al igual que los europeos) se oponen a romper con Arafat y la OLP, procurando salvar los Acuerdos de Oslo como base para continuar las negociaciones palestino-israelíes.
Ahora quedan abiertas algunas nuevas cartas por jugarse. Estados Unidos debe definir su nuevo papel frente a los grupos terroristas palestinos, en el marco de su lucha universal contra el terrorismo. Si bien Bush reconoció el derecho de los palestinos a su Estado, hoy está totalmente distanciado de Arafat aduciendo que lo engañó con el contrabando de armas iraníes (Karina A) y su incapacidad o falta de deseo de detener el terror. Europa, Rusia y China, más cercanos al mundo árabe, apuestan por las soluciones impuestas desde fuera. Los países árabes más moderados tienen una necesidad estratégica de mantener una buena relación con Estados Unidos, pero temen que si cae Arafat se radicalizaría el conflicto, que luego podría extenderse a sus propios territorios, especialmente Egipto y Jordania. Al parecer, el único acuerdo político posible del que ambas partes puedan beneficiarse sin mucho riesgo es un acuerdo interino con cese de violencia, hasta que se rearme el tablero de ajedrez regional.