Los menores peruanos constituyen un tercio de la población nacional, que al igual que los adultos, observan los constantes vladivideos por televisión, pero a diferencia de éllos, no siempre interpretan lo que ven según los criterios éticos de adultos maduros. Eso hace que no pocos niños se identifiquen con Vladimiro Montesinos, su poder, su inteligencia perversa, sus relojes de oro, sus propiedades, los millones que acumuló, su capacidad de manejar a su antojo a los generales, jueces, empresarios y congresistas. Por eso nuestra sociedad y en particular las empresas televisivas tienen la responsabilidad de preguntarse si basta la exhibición de los videos para que automáticamente los niños asuman una actitud de censura a Montesinos y sus cómplices. Todo parece indicar que no.

Alguien tiene que alentarlos a que discutan y elaboren lo que están viendo, orientándolos a tomar una posición crítica frente al crimen y la perversión. Si los canales de televisión que emiten los videos no lo hacen, aduciendo que no es su rol educar; si los maestros no lo hacen, porque no está preparados ni figura en los programas escolares; si los padres no lo hacen, porque no se percatan que es necesario o no saben cómo, entonces, ¿quién le explica los vladivideos a los niños? Si nadie lo hace, no nos sorprendamos cuando estos niños sean adultos, actúen con los mismos contravalores que rigieron la vida de Montesinos y Fujimori. Si tan solo uno de cada 10 niños modelase sus valores en función de personajes como Abimael Guzmán, Alberto Fujimori o Vladimiro Montesinos, el Perú tendría asegurado su reservorio de criminales, dictadores y corruptos capaces de perturbar la vida ética y democrética de las próximas generaciones.

Si queremos romper ese circuito de identificación con los agresores y trasgresores, hay al menos cuatro actores principales que deben asumir su responsabilidad educadora y transformadora: los padres, los maestros, los políticos y los medios de comunicación. Los padres y maestros, porque son las figuras de identificación naturales para los niños, los cuales si son autoritarios y represivos los convertirán en seres apáticos y pasivos, que se someterán acríticamente a los mandatos de cualquier nuevo caudillo perverso.

En cuanto a los políticos, si los niños los observan cometiendo crímenes y delitos de manera impune, accediendo a la riqueza y bienestar por la vía de la corrupción más que por los esfuerzos personales en el estudio o el trabajo honesto; si concluyen que los políticos pueden decir una cosa y hacer lo opuesto sin asumir mayores responsabilidades, esos niños no tendrá ningún aliciente para asumir los valores morales que sus adultos predican. Finalmente, si los medios de comunicación exacerban lo marginal como si fuera normal, presentan a los líderes de opinión usualmente en sus facetas más cuestionables, hacen constante noticia de las perversidades, no distinguen entre los mensajes infantiles y los adultos, le harán un pobre favor a la formación de valores de las nuevas generaciones de peruanos.

¿Qué hacer? Además de rectificar las actitudes antes mencionadas, es fundamental que los adultos les hablen a los niños para ayudarles a entender lo que está pasando. Los medios de comunicación podrían orientar a padres y espectadores infantiles para saber cómo confrontarse educativamente con lo que están viendo y entender porqué es censurable la corrupción. Por su parte los políticos y gobernantes podrían elaborar mensajes específicamente dirigidos a los niños y jóvenes, para explicarles lo que pasa, mostrarles otros caminos hacia el progreso y darles confianza para aceptar que a pesar de todo, vale la pena seguir luchando por cambiar el Perú. (leont@terra.com.pe).