El 1 de mayo la Confiep publicó un comunicado criticando al Gobierno y al Congreso por su vocación de persecución a empresarios fujimoristas, aduciendo que esta se basaba en intereses subalternos, rencores y venganza. También criticó al Poder Judicial por juzgar dos veces a las mismas personas, privándolas de su libertad sin respetar el debido proceso y sin demostrar primero su culpabilidad. Por su parte el 12 de mayo los ex presidentes de la Confiep suscribieron un comunicado de apoyo al anterior. Hace unos días la Confiep hizo oír su voz oponiéndose al acuerdo de fijación de precios a través de la banda tarifaria acordada entre el ministro de Transportes y los transportistas de carga pesada que fueron a la huelga, anunciando además que irían a las instancias judiciales para pedir la anulación de dicho acuerdo.
Curiosamente, no hemos visto ningún comunicado de Confiep respecto a las huelgas de los cocaleros, el PJ, el sector Salud o la actual del Sutep. Me pregunto si la Confiep no tiene nada que decirle al país sobre estos temas. Me pregunto también si la Confiep cree que el pueblo peruano, que es quien vota para elegir a los presidentes, congresistas y alcaldes, entenderá y se solidarizará con los problemas y propuestas de los empresarios si estos solamente intervienen públicamente cuando algo los afecta directamente. Me temo que no, y que la ausencia de su voz en asuntos sociales cruciales los convierte en una isla de intereses que por egoísmo o indiferencia no se articula con el resto del país.

Cuando los empresarios alertan a la opinión pública respecto a los peligros del populismo, la inflación, la corrupción judicial, la intervención politiquera en el libre mercado y en la legislación laboral, ¿quién los escucha, además de ellos mismos?

Quizá sea bueno que los gremios empresariales peruanos empiecen a mostrar un mayor interés en otros sectores muy sufridos, identificándose con sus carencias y haciendo propuestas para colocarlas en la agenda política.Mientras el reclamo empresarial siga basándose en la defensa de exenciones tributarias pactadas con el fujimorismo corrupto o el mantenimiento de tarifas telefónicas y eléctricas percibidas como elevadas o la defensa de los ministros fujimoristas acusados de corrupción, teniendo como telón de fondo los «vladivideos» que muestran a empresarios y políticos recibiendo sobornos, difícilmente algún peruano quiera mover un dedo en favor de los empresarios a quienes no pocos perciben como egoístas e «insensibles a las necesidades del pueblo».

Los gremios empresariales deberían percatarse del importante rol social que cumplen en el liderazgo del país, especialmente cuando el Estado es débil y los políticos están desprestigiados. Además los buenos empresarios, que son muchos, deberían procurar mejorar la imagen del conjunto haciéndose notar como actores sociales confiables y respetables, asumiendo roles sociales, cívicos y educativos más visibles, incluyendo algunas acciones públicas de reivindicación social y ética.

Deberían luchar día a día por su buena imagen, pronunciarse sobre problemas nacionales y diferenciarse de los malos empresarios. De lo contrario perderán la oportunidad de ayudar a integrar la ansiada paz social con una cultura de respeto y aprecio al empresariado. En otras palabras, si los empresarios no se la juegan por los derechos humanos, la infancia, la educación y otros temas no-empresariales, nadie se la jugará por ellos cuando en nuestro país vuelvan las tendencias al abuso legal, violencia o populismo anti-empresarial.