El 1 de abril se inició oficialmente el año escolar de las escuelas públicas peruanas bajo la sombrilla normativa de las «Orientaciones para el desarrollo de la actividad educativa para el año 2003» («El Peruano», 02.03.2003) y cuatro nuevos currículos para secundaria, con la reiterada ilusión de que «este año será mejor» gracias a una nueva reforma curricular en la secundaria y los pedagógicos. Esto es recibido con mucho escepticismo por parte de quienes pensamos que una reforma curricular es inútil cuando no es parte de una reforma holística del conjunto de los actores y componentes de la educación. Quizá un ejemplo puede ayudar.
Supongamos que se quiere integrar niños discapacitados a las escuelas regulares. Para hacerlo se requiere un abordaje pedagógico basado en el respeto a las diferencias, un currículo versátil y profesores que lo amolden a las características de cada aula, tomando en cuenta las inteligencias múltiples, las habilidades diferenciales y el trabajo pedagógico con grupos heterogéneos. Eso demanda profesores formados para esta concepción pedagógica y directores convencidos de sus bondades éticas y educativas, para así liderar la planificación interdisciplinaria capaz de implementar esta propuesta diversificadora. Eso exige también la existencia de normas ministeriales abiertas y flexibles, altos niveles de autonomía escolar, así como libros y materiales didácticos apropiados para este reto y padres de familia comprometidos con el respeto a la diversidad. Todo esto choca y se anula frente a las propuestas curriculares y normas uniformizadoras del Ministerio de Educación. Por eso sostengo que cambiar solamente el currículo no reformará nada sustancial.
El gran educador israelí Eliahu Kehati, que trabajó en el Perú en los años 60 y 70, sostenía acertadamente que todo sistema educativo enfrenta poderosas fuerzas internas que resisten los cambios, razón por la cual las innovaciones reales llegan con varios años de retraso respecto a los discursos sobre ellas.
Decía que las reformas del sistema educativo padecen del síndrome Olas del Mar. Viene una ola de cambios, revienta y luego el agua retorna a su origen; seguidamente se forma una nueva ola, que vuelve a reventar y las aguas nuevamente regresan al mar. Es decir, cada cierto tiempo aparece una nueva versión de las mismas ideas y soluciones de antes, pero con palabras nuevas. Cambian los actores y argumentos, pero se regresa a lo mismo. Estas son las reformas cosméticas.
Para que los cambios sean estructurales y permanentes deben ser holísticos. Sin embargo los sistemas educativos como los peruanos prefieren los cambios cosméticos, solamente para liberar tensiones sociales, porque así evitan las políticamente costosas confrontaciones con los actores más resistentes, como el Sutep y la burocracia ministerial. Solo un fuerte liderazgo gubernamental, una sostenida convicción social y una masa crítica de actores influyentes con voluntad de reforma pueden producir cambios verdaderos.
Es por lo mismo que no se aumenta significativamente el presupuesto educacional, que se nutre de su propia inercia. Solamente cuando hay a la vista una reforma que entusiasma y compromete a todos los actores, los gobiernos se la juegan por el presupuesto educacional, como lo hicieron los chilenos y costarricenses hace unos 10 años elevando en 3% el porcentaje habitual del PBI para educación. De lo contrario, el presupuesto se mantendrá en su nivel, con algunos pocos maquillajes.
Mientras los peruanos no estemos listos para los cambios estructurales verdaderos, los ministros se seguirán peleando con el Consejo Nacional de Educación y con los analistas críticos, y la educación seguirá estancada, así el Gobierno coloque inocuamente algunas computadoras en los colegios. Las olas del mar de las reformas curriculares seguirán llegando a la orilla cada cierto tiempo, para luego retornar sus aguas al mar, sin haber cambiado nada.