Si desea seleccionar gente memorista que tenga una enciclopedia metida en la cabeza, le hará rebuscadas preguntas que solo el azar permitirá contestar

No soy apto para enseñar en la escuela pública. A pesar de haber recibido el año pasado las Palmas Magisteriales soy incapaz de aprobar el examen de conocimientos que el Ministerio de Educación aplicó a 95 mil docentes para ganarse una de las 30 mil vacantes disponibles. Tampoco soy apto para ser estudiante de San Marcos o de la mayoría de las otras universidades. A pesar de tener varios títulos universitarios soy incapaz de aprobar el examen de ingreso que exige la mayoría de las universidades a sus 150 mil postulantes.
A esa conclusión he llegado después de intentar resolver los exámenes que dichas entidades aplican a sus postulantes.
Esto no me ocurre solamente a mí. Le ocurre a decenas de profesionales y académicos peruanos poseedores de maestrías y doctorados a quienes he consultado recientemente sobre dichos exámenes. Sería interesante verificar si los ministros, viceministros, rectores y decanos de las universidades peruanas pueden resolverlos.
Cuando una institución elabora un examen, su temario y su diseño reflejan el modelo de postulante que dicha institución aspira a seleccionar. Si quiere contar con gente que razone y sea creativa diseñará un examen que detecte esas habilidades. Si desea seleccionar gente memorista que tenga una enciclopedia metida en la cabeza, le hará rebuscadas preguntas académicas que solo el intenso memorismo o el azar permitirá contestar.
Si alguien quisiera hacer un diagnóstico de la educación le bastaría analizar los exámenes que se les toma a los niños en la escuela, a los postulantes en el ingreso a las universidades y a los maestros en los concursos para asignarles una plaza docente. Por ejemplo, a los postulantes se les pregunta qué son las espermatofitas o la gémula del embrión, qué es la talasocracia, dónde queda la península de Kamchacta o el río Suches, quiénes se enfrentaron en la guerra de Chupas o en la batalla de Marne, bajo qué presidentes se elaboró el primer presupuesto nacional, se fundó la Escuela de Artes y Oficios o se inauguró el hospital Dos de Mayo. Para verificar si un docente es apto para una plaza estatal se le da un temario que exige que sepa cuáles fueron los aportes de Aristóteles a la mineralogía y de Platón a la psicología, cuál es la tesis de Lamark y la filosofía de la historia de Vico, en qué consisten las teorías del procesamiento intelectual de Novak y de Saussure, cuántas calorías per cápita se consumen en el Perú y cuál es la tasa de mortalidad infantil.
Mientras en el Perú el concepto de cultura general esté asociado a estos criterios, seguiremos formando alumnos que sean lisiados mentales, entrenados para repetir respuestas más que para hacer preguntas; sumergidos en la rigidez de la enciclopedia escolar más que formados para el pensamiento libre y creativo. Con toda seguridad maltrataremos a jóvenes talentosos encasillando su pensamiento original y negándoles el ingreso a la universidad o a una plaza docente. Dicho sea de paso, no estaría de más preguntarnos si no sería preferible que el común de los peruanos supiera cómo curar una herida infectada, detener una diarrea o evitar un embarazo. Lamentablemente, nuestros alumnos están tan ocupados memorizando cosas que no tienen tiempo para pensar o para resolver problemas de su vida real. Con ese enfoque pedagógico jamás saldremos de nuestro subdesarrollo ni formaremos profesionales o profesores de primera línea. Ahora que se está discutiendo la permanencia en nuestro himno nacional de la estrofa largo tiempo el peruano oprimido…, quizá sea un buen momento para cambiar nuestra forma de educar, que es la verdadera cadena ominosa que oprime a los peruanos.