Si los buenos empresarios quieren mejorar su imagen tienen que asumir papeles sociales, cívicos y educativos más visibles.

En Estados Unidos los jóvenes sueñan con llegar a ser un Gates, Ford o Rockefeller, porque admiran a los empresarios exitosos. En cambio los peruanos rara vez expresan admiración por un empresario; prefieren hacerlo con los futbolistas, que nunca ganan campeonatos, o con los conductores de programas de entretenimiento, especialmente los más chabacanos y groseros. ¿Por qué los empresarios peruanos no han logrado convertirse en modelos de identificación para los jóvenes? Por un lado porque la población ha percibido a sus personajes más emblemáticos en los años 70 y 80 como explotadores y mercantilistas, en los años 90 como complacientes antidemocráticos, y a partir del 2000 como corruptos y vendidos, particularmente debido a los «vladivideos», los escándalos de los propietarios de los medios de comunicación y más recientemente el lío entre cerveceros. Otra razón es que muchos peruanos piensan que el modelo económico vigente permite a los grandes empresarios crear riqueza para ellos, pero no para repartirla. Esta mala imagen se ha visto alimentada por la frustrante experiencia de cientos de miles de trabajadores que laboran en empresas cuyos propietarios o gerentes se burlan de los derechos de los trabajadores. Si bien existen empresas que desarrollan modernas políticas de respeto y preocupación por los trabajadores, no alcanzan para difundir una imagen positiva de los empresarios. También hacen mucho daño episodios dramáticos como el del incendio de la discoteca Utopía, que la opinión pública atribuye a los propietarios irresponsables.
Otra fuente de opinión negativa son los despidos en las empresas privatizadas y los reclamos desatendidos de los consumidores masivos de las empresas monopólicas que proveen productos y servicios como luz, agua, teléfono, salud social, jubilación, etc. Los clientes que se sienten explotados suelen criticar a los empresarios por ser «insensibles a las necesidades del pueblo». Finalmente, lo que ocurre en la televisión expone a los empresarios en sus dimensiones más hipócritas, no solo por lo expuesto en los «vladivideos», sino porque varios de ellos auspician los programas más criticados de la televisión peruana. Pudiendo auspiciar programas culturales, educativos o de sano entretenimiento, prefieren hacerlo con los de más baja calidad.
Lamentablemente los gremios empresariales aún no se han percatado del importante papel social que cumplen en el liderazgo del país, especialmente cuando el estado es débil y los políticos están desprestigiados. No es casualidad que frente al masivo desempleo tanta gente critique al empresariado por no invertir en el país, incluyendo al propio Gobierno que al invocarles que inviertan trasmite el mensaje de que por su culpa no se revierte el desempleo.
La mala imagen de los empresarios les ha costado bastante a lo largo de nuestra historia, tanto por parte de gobiernos manipuladores como por parte de delincuentes y grupos terroristas. Colombia es actualmente un testigo viviente de esa tragedia. Si los buenos empresarios quieren mejorar su imagen y convertirse en actores sociales confiables y respetables, tienen que asumir papeles sociales, cívicos y educativos más visibles, incluyendo algunas acciones de reivindicación ética, que no se agotan con algunos anuncios que publicitan los valores para así lavar sus conciencias.
Deben luchar día a día por su buena imagen, contar y difundir sus historias, mostrar lo que han hecho, están haciendo y harán, y especialmente diferenciarse y denunciar a los malos empresarios. De lo contrario, perderán la oportunidad de construir la ansiada paz social integrada con una cultura de respeto y aprecio al empresariado. Si los empresarios no se la juegan por la democracia, la infancia, los derechos civiles y otros temas no empresariales, nadie se la jugará por ellos cuando vuelvan los momentos de abuso, violencia y populismo antiempresarial en nuestro país.