En los últimos años, el concepto de «bullying» ha cobrado una relevancia fundamental en los entornos educativos. La sensibilización respecto a las consecuencias devastadoras del acoso escolar ha permitido que se visibilicen situaciones de abuso que antes eran ignoradas. Sin embargo, esta atención también ha traído consigo un riesgo: el abuso del término «bullying» para calificar cualquier conflicto entre alumnos, sin distinguir entre agresiones ocasionales y el verdadero acoso sistemático.

En toda escuela, es normal que surjan conflictos pasajeros entre estudiantes: peleas, malentendidos, discusiones que son, en muchos casos, parte natural de la convivencia y el aprendizaje social. Sin embargo, cuando etiquetamos como «bullying» cualquier episodio de agresión o desacuerdo, desdibujamos la gravedad del verdadero acoso e interrumpimos las estrategias de armonizar relaciones.

El bullying es una conducta repetitiva, intencional y dirigida a ejercer dominio sobre otro, causando daño emocional, físico o social a un “buleado” de manera sostenida en el tiempo. En contraste, una discusión o un desencuentro temporal entre dos estudiantes, por más intenso que sea, aún si alinea a unos compañeros en alianza con otro contra un tercero, no necesariamente constituye bullying. Equiparar ambas situaciones no solo genera una inflación del término, sino que también puede llevarnos a intervenir de forma inapropiada.

El otro lado de esta trampa es la tendencia a culpabilizar al supuesto buleador sin considerar el contexto o las motivaciones que podrían haber llevado a esa conducta. Es importante recordar que el comportamiento de un «buleador» también puede ser reactivo. Hay casos donde el agresor actúa en respuesta a provocaciones previas del buleado, o motivado por transferencia de heridas emocionales o dinámicas complejas que no son evidentes a simple vista.

¿Qué sucede si el «buleado» hizo algo que detonó la reacción del «buleador»? En ciertos casos, el buleador actúa desde una posición de poder o superioridad, pero en otros, simplemente aprovecha un momento para «cortar la cabeza» de quien, desde las sombras, también pudo haber contribuido al conflicto. Sin un análisis exhaustivo, podríamos estar juzgando unilateralmente, alimentando rencores en lugar de resolverlos.

La aplicación de sanciones precipitadas sin una investigación adecuada puede agravar el problema en lugar de solucionarlo. Una decisión injusta o apresurada podría:
-Erosionar la confianza en las autoridades escolares. Los alumnos podrían percibir que no se considera la verdad completa.
-Fomentar rencores. Si el supuesto «buleador» siente que ha sido tratado injustamente, puede desarrollar un resentimiento profundo que busque vengarse fuera del ámbito escolar.
-Perder la oportunidad de reconciliación. Cuando se privilegia el castigo por sobre la mediación, se pierde la posibilidad de construir un entendimiento mutuo entre las partes.

El manejo del bullying en las escuelas no es una cuestión de encontrar rápidamente culpables, sino de construir un entorno donde las relaciones humanas puedan repararse y fortalecerse. Si no somos cuidadosos, las etiquetas fáciles y las sanciones precipitadas pueden sembrar las semillas de futuros conflictos, que quizá florezcan fuera de los muros protectores de la escuela. La verdadera solución está en el diálogo, el entendimiento y la acción equilibrada.

Toda vez que se haga intervenir a terceros que en lugar de abordar educativamente los conflictos en el contexto escolar adecuado lo amplifiquen al facilitar denuncias tipo SíSeVe, intervención de UGEL, Indecopi, Fiscalía, lo único que puede asegurarse, es que esa tensión entre los alumnos se intensificará. Esta se trasladará hacia las familias e incrementará el resentimiento y rencor mutuo, perdiendo la oportunidad de una recomposición constructiva de las conductas y relaciones entre los involucrados. Termina siendo un “pierde-pierde”.

No quisiera que se entienda que debemos ser indiferentes al sufrimiento del ocasional buleado ni tampoco desconocer que en ocasiones realmente hay motivos psiquiátricos o psicológicos en el buleador que deben ser frenados drásticamente. Me refiero al abordaje de las situaciones más comunes que pueden tener una vía de reparación educativa intraescolar que se ven interrumpidas por denuncias e intervenciones inadecuadas de terceros que en lugar de facilitar complican las soluciones.

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