Es importante una reforma del enfoque docente más que del currículo

¿Su alimentación diaria lo hace engordar? Cambie entonces de cubiertos. ¿Las pastillas que toma no surten efecto? Cámbielas de frasco. ¿Los alumnos de secundaria no tienen éxito en los colegios? Cámbieles entonces de currículo.
Este es el tipo de impacto nulo que tiene el cambio de un currículo escolar cuando el verdadero problema radica en el deficiente vínculo pedagógico entre profesores y alumnos. Por eso es que en América Latina mientras más se reforma la educación secundaria menos se la cambia, perpetuando la insatisfacción con sus logros.
A la luz de los resultados podemos concluir que estas cíclicas reformas curriculares no han reformado nada sustantivo, no han penetrado en el aula, ni han cambiado los hábitos, usos y costumbres de los profesores. Sus diseñadores no han entendido que no tiene sentido reformar la secundaria a la que tan solo llegan los sobrevivientes de una inadecuada primaria, sin que exista una propuesta coherente que atraviese todos los niveles educativos, cuya base común debiera ser el cambio sustantivo de las expectativas y relaciones entre profesores y alumnos que aún son muy convencionales, rígidas, autoritarias, homogéneas y frustrantes.
En EE.UU. se ha constatado, luego de muchos años de seguimiento, que no hay mayor correlación entre la obtención de altos puntajes en las pruebas estandarizadas de conocimientos en secundaria y el éxito personal en la vida adulta. Esto, porque el éxito en la vida, al cual debe contribuir la escuela, depende mucho más de la integración de factores personales, sociales e intelectuales que del aislado dominio de ciertas habilidades operativas y contenidos curriculares.
En el caso peruano el Ministerio de Educación ha firmado un enésimo millonario convenio con el BID para reformar la secundaria. Cuando se constate que esta nueva reforma tampoco modificó nada sustantivo, se dirá que no hubo suficiente dinero para lograrlo y que se requieren más costosos y voluminosos préstamos.
Propongo un enfoque alternativo: concentrar la mayor parte de los esfuerzos y recursos ministeriales de todos los niveles para desarrollar un nuevo tipo de vínculo entre profesores y alumnos que se inspire en la más simple de las premisas: todo alumno debe tener éxito, cuando menos en algún campo. Esa debería ser la responsabilidad de los profesores por la que deberían rendir cuentas. A eso debería subordinarse el currículo de inicial, primaria y secundaria.
Eso exige formar a los profesores para que se liberen de las ataduras de cualquier currículo con programas detallados para concentrarse en conocer individualmente las capacidades y limitaciones de cada uno de sus alumnos de modo que puedan motivarlos a que logren dominar las habilidades y conocimientos que los lleven a sentirse útiles, productivos y realizados. Eso significa en esencia enfatizar sus éxitos en vez de descalificarlos por sus fracasos.
A mi entender se equivocan quienes piensan que la crisis de la secundaria es una crisis del currículo. Es más bien una crisis de falta de placer e interés del alumnado, derivada de una concepción de escuela-cárcel que reprime, castiga y discrimina entre los predestinados al éxito, a quienes favorece, y a los condenados al fracaso, a quienes frustra (que son la mayoría).
Una concepción educativa democrática se basa en el respeto a las diferencias y el reconocimiento de que cada niño o joven es diferente en sus intereses y necesidades, tanto por razones biológicas como ambientales. Si es así, mientras más se apueste por el cambio curricular, más se corre el riesgo de marginar la apuesta por el éxito de los alumnos. Dicho crudamente, es preferible tener un mal currículo y un buen vínculo maestro-alumno, que tener un currículo ganador de premios en manos de profesores que actúan como si los alumnos no existiesen en tanto personas diferenciadas. Es una reforma del enfoque docente más que del currículo.