En los últimos años, hemos visto la evolución de la sobreprotección parental en distintas versiones: primero fueron los padres helicóptero, que sobrevuelan constantemente la vida de sus hijos, atentos a cada problema, cada tropiezo, cada lágrima, listos para intervenir en cualquier momento. Luego llegaron los padres dron, aún más sofisticados, vigilando desde la distancia con aplicaciones, cámaras y chats de WhatsApp de padres, sin perder un solo detalle de lo que ocurre en el colegio, las redes sociales o las amistades de sus hijos. Pero lo peor ha sido la llegada de los padres bulldozer, que no solo observan o vigilan, sino que directamente despejan el camino de cualquier obstáculo, asegurándose de que sus hijos no enfrenten dificultades ni frustraciones.

El problema con estas estrategias es que los niños que crecen sin obstáculos se vuelven adultos incapaces de enfrentar desafíos. Los papás bulldozer, por ejemplo, piensan que están ayudando cuando llaman al profesor a exigir una mejor nota, cuando resuelven un conflicto social por su hijo o cuando evitan que enfrente las consecuencias de sus actos. Pero lo que realmente están haciendo es criar a alguien que, el día de mañana, se paralizará ante cualquier problema porque nunca aprendió a enfrentarlos.

Un niño que nunca tuvo que lidiar con la frustración no aprenderá a ser resiliente. Un adolescente que nunca resolvió sus propios conflictos sociales no sabrá manejar una relación de pareja ni un problema laboral. Y un joven que siempre tuvo a sus padres despejándole el camino no encontrará la motivación para superar los obstáculos por sí mismo.

Criar hijos fuertes no significa evitarles el sufrimiento, sino enseñarles a atravesarlo. La verdadera pregunta para los padres no es “¿cómo puedo ayudar a mi hijo a no sufrir?”, sino “¿cómo puedo ayudar a mi hijo a aprender de este desafío?”. Porque tarde o temprano, la vida les pondrá un obstáculo que ni papá ni mamá podrán mover. ¿Estará listo para enfrentarlo?

En lugar de ser helicópteros, drones o bulldozers, los padres deberían aspirar a ser faros en la tormenta: guías firmes, que iluminan el camino sin recorrerlo por sus hijos. Un faro no se mueve detrás del barco ni intenta esquivar las olas por él. No apaga la tempestad, pero le da al navegante la seguridad de que puede encontrar su rumbo, sin miedo a perderse por completo.

Criar no es controlar, es preparar. Un buen papá o una buena mamá no es quien elimina todos los obstáculos, sino quien enseña a su hijo a sortearlos. No es quien vigila cada paso, sino quien le da las herramientas para que, cuando esté solo, pueda dar pasos firmes.

Porque al final, la verdadera prueba de la paternidad no es cuánto protegiste a tu hijo, sino cuán preparado quedó para navegar su propio mar.

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