El verdadero ministro de Educación es el presidente de la República, que es quien marca la política del sector

En las últimas semanas algunos periodistas y analistas que especulaban con los cambios ministeriales mencionaban la conveniencia del cambio de Gerardo Ayzanoa como ministro de Educación aludiendo a su pobre gestión y difícil personalidad. A propósito de ello, valdría la pena tomar nota de que al menos en los últimos 13 años ningún ministro de Educación ha podido hacer gran cosa por el sector, y tampoco lo va a poder hacer el que venga, porque no hay manera de reformar la educación solo desde este sector. Por lo demás, las consignas gubernamentales de evitar las huelgas del Sutep, no gastar dinero y contratar partidarios del gobierno de turno las logran cumplir sin reformar la educación.

La concesión presidencial al ministro de turno es que escoja a sus allegados o amigos para ocupar los puestos de consejeros o funcionarios. Así lo han hecho todos los ministros y probablemente así lo seguirán haciendo los que vengan. Un ministro traerá gente de la PUCP, otro de San Marcos y otro de La Cantuta. Unos ministros preferirán funcionarios jóvenes y otros a los jubilados. Pero más allá de eso… muy poco. La razón es muy sencilla. El verdadero ministro de Educación es el presidente de la República, que es quien marca la política del sector. El verdadero viceministro de gestión es el ministro de Economía, que es quien resuelve de cuántos recursos y para qué proyectos dispondrá el sector. El verdadero secretario general es el primer ministro, quien marca las prioridades administrativas y legales, en tanto que el ministro nominal, como lo reconocen en privado muchos de los anteriores, es una especie de director de Personal y gerente de Proyectos, que generalmente no se elaboraron durante su gestión, por lo que siempre quiere cambiarlos.

Por lo tanto, si se quiere que haya cambios sustantivos en el sector, es el Gabinete en su conjunto, liderado por el presidente y el primer ministro, el que tiene que ocuparse del tema educativo y alinear a todos los ministros empezando por el de Economía, en torno de la agenda educativa del país. Con menos que eso no se logrará nada. Sin embargo, hay un círculo vicioso que lo impide. Ni bien Gloria Helfer o Dante Córdoba pidieron aumentos para los profesores o Nicolás Lynch quiso reformar la carrera magisterial, Fujimori y Toledo los sacaron. A sus gobiernos no les convenía que se levantasen olas más allá de las consignas implícitas: no quiero huelgas magisteriales, no pidas dinero y atendamos las pretensiones del partido. En este escenario, la educación peruana no tiene opción de mejorar.

¿Qué hacer entonces? La mejor posibilidad es que nazca un movimiento social, promovido y acompañado por el Consejo Nacional de Educación y cubierto por los medios de comunicación, que presione al Gobierno para colocar la educación en el primer lugar de la agenda gubernamental; que los peruanos entiendan que su educación está en emergencia y que los parches o planes milagrosos como el Huascarán no la reflotarán; que los empresarios se den cuenta de que si quieren mejorar su productividad tienen que apostar por la educación de los más pobres, que son el recurso humano que marca la diferencia entre un país y otro; que los maestros estatales entiendan que mientras crean que todos hacen un buen trabajo y persistan en demandas sindicales para darle estabilidad a los incompetentes le estarán cortando las alas a los más competentes; que el presidente Toledo comprenda que sin su liderazgo activo y cotidiano la educación no tiene ninguna posibilidad de salir del abismo; que todos se convenzan de que si seguimos así, no hay ninguna posibilidad de mejorar la educación.