La Comisión Nacional de Educación nombrada por el Congreso Norteamericano en 1994 para estudiar el tema de “Tiempo y Aprendizaje” publicó ese año un interesante reporte que sigue siendo vigente y que tiene diversas aristas relevantes para el caso peruano. Su tesis era que a pesar que el tiempo de clases es un importante factor en la acumulación de los aprendizajes, este factor está ausente del debate escolar sobre el mejoramiento de los logros por parte de los alumnos.
En el Perú según la ley el año escolar tiene 36 semanas o sea 180 días útiles; en los 185 días restantes no hay clases. Las normas ministeriales establecen además que los alumnos de primaria deben estudiar al menos 1000 horas anuales en primaria y 1050 en secundaria. Aún en el remoto caso de que se cumpliese esta meta, la escuela pública peruana estaría largamente por detrás de las 1460 horas en EE.UU., 3170 en Japón, 3280 en Francia y 3528 en Alemania.
Este es un primer poderoso indicador de la enorme distancia que separa la formación de nuestros estudiantes respecto a los de los países del primer mundo, sin haber mencionado aún una sola palabra sobre todos los otros factores diferenciales.
Pero yo agregaría a lo expresado en ese informe que los problemas del tiempo no quedan allí. Desde hace siglos y bajo la inspiración de los modelos de división de trabajo de Taylor, se ha asumido que todos los alumnos de la misma edad deben ir a la escuela al mismo grado, estudiar los mismos contenidos de la misma manera y en el mismo tiempo, a pesar de la reconocida heterogeneidad de cualquier grupo etareo. La experiencia muestra que al hacerlo así se garantiza la desmotivación de todos, ya que los más hábiles se aburren, los más débiles se rezagan, y los alumnos medios también avanzan con diferentes niveles de vacíos, ya que cada uno se concentra, entiende y aprende de otra manera cada una de las asignaturas. En resumen, en lugar de usar estrategias para asegurar que los logros escolares sean similares en todos los alumnos aunque les tome tiempos diferentes, hacer que el tiempo sea el mismo para todos solo garantiza que siempre habrá alumnos fracasados, aburridos, desinteresados, desmotivados y malformados.
Agreguemos a eso que como se exige a los profesores que cumplan sus programas anuales en el tiempo pre establecido, conforme avanza el año los profesores avanzan más rápido para poder cumplir con todos los temas hasta fin de año, sacrificando con ello la comprensión y el aprendizaje de los alumnos, especialmente los más débiles, trasmitiendo además el mensaje de que los últimos capítulos del syllabus siempre son los menos importantes, porque son aquellos a los que se les dedica menos tiempo.
Este tipo de año escolar de 7 o 8 horas de clases diarias durante 180 días debería convertirse en una pieza para el museo. Llegó la hora de crear escuelas que funcionen 365 días al año, con actividades curriculares y extracurriculares, con sesiones obligatorias y opcionales, con apoyos individuales y grupales, con contenidos comunes y diferenciados para los alumnos de cada grado.
Si los hogares bien constituidos en muchos casos han dejado de ser las células sociales sanas básicas de la sociedad, la última instancia para brindarles un espacio educativo sano y estimulante a nuestros niños y jóvenes es la escuela, un espacio en el que consuman productivamente su tiempo libre alejándolos de los vicios y peligros de la calle. Pero eso no se va a lograr con su organización actual y mucho menos sí esta cerrada durante la mitad del año.