Para salir del abismo necesitamos ideas originales y atrevidas. Es cuestión de motivar a los creadores para que las produzcan sin ataduras dogmáticas
El ministro Nicolás Lynch nos ha sacudido con dos terremotos. Nos ha informado que en la evaluación de Matemática y Lenguaje realizada a una muestra de 40.000 alumnos en diciembre del 2001, si hacemos la equivalencia con una escala de 0 a 20, los alumnos de sexto de primaria ni siquiera lograron el equivalente de 04 en Matemática y de 02 en Lenguaje. Los alumnos que están en zonas rurales bilingües no llegan ni a 01. Además, después de unas 2.000 horas escolares de Matemática, los alumnos de cuarto de secundaria no saben multiplicar ni dividir, y son incapaces de resolver problemas elementales. A su vez, después de 2.000 horas escolares de Lenguaje, los alumnos de cuarto de secundaria apenas leen mecánicamente y no comprenden ni logran razonar sobre lo que leen.
La segunda información catastrófica es que, en la evaluación escrita del mes de marzo correspondiente al concurso de plazas docentes, se presentaron 95.000 docentes pero solo 2.900 aprobaron con once (3%). Considerando que los maestros nombrados en los últimos diez años proceden de los mismos institutos y facultades que los maestros recientemente evaluados, se puede asumir razonablemente que no más del 5% de los actuales maestros en servicio aprobarían la misma evaluación. Así, a pesar de su esfuerzo y vocación, no responderían al perfil requerido por el Ministerio de Educación para implementar el currículo nacional. Pese a ello, fueron nombrados 22.000 dándoles así estabilidad laboral de por vida a 19.100 docentes que el propio ministerio considera incompetentes y por cuyas manos pasarán 800 mil alumnos cada año. Cabe preguntar ¿es justo sacrificar a los niños por razones políticas?
La escuela peruana es una agonizante fábrica de fracasados, un espacio donde prevalece la selección natural, en el que los más adinerados avanzan y progresan y los más pobres son condenados sistemáticamente a retrasarse hasta abandonar, a pesar de los discursos de la equidad, gratuidad y calidad.
Vista la dramática baja calidad de los docentes peruanos, de la que son responsables el Ministerio de Educación y las instituciones formadoras, las nuevas propuestas curriculares y metodológicas del ministerio tienen muy pocas posibilidades de mejorar el nivel de rendimiento de los alumnos peruanos, porque seguirán a cargo de los mismos maestros, por lo que urge un audaz replanteamiento estructural de la educación peruana.
Lo central aquí es la necesidad de inventar una educación para los pobres, que son los que mayoritariamente fracasan en el sistema vigente, aunque esto desborda las posibilidades del sector porque depende de lo que se haga en Economía, Mujer, Salud, Interior, Industrias, Trabajo, Presidencia, etc. Encargarle solo al Ministerio de Educación que se ocupe de «la Educación» nos condena al estancamiento. Deberíamos ser mucho más imaginativos y creativos y lanzarnos a reinventar nuestro sistema educativo. Por ejemplo, como un valioso insumo para los educadores del Consejo Nacional de Educación, el Gobierno podría convocar a los 50 peruanos más brillantes procedentes de todos los sectores, disciplinas y profesiones, que hayan demostrado sus capacidades creativas e innovadoras a través de inventos, ganando premios o desarrollando empresas de éxito, para que piensen juntos la educación y propongan caminos novedosos para sacarla de su postración. Imaginemos lo que podrían producir grupos de reflexión integrados por in novadores como FOZ, E. Wong, Jorge Salmón, Rosa María Alfaro, David Fishman, Alberto Giesecke, Inés Temple, Héctor Gallegos, Eduardo Pretell, Marcos Gheiler, Santiago Agurto junto con condecorados creadores como Ronald Woodman, Hernán Garrido Lecca, Liliana Mayo, Robles Godoy, Alfonsina Barrionuevo, Javier Arias Stella, por mencionar a algunos de ellos. Surgirían brillantes ideas que luego los consejeros, funcionarios y educadores podrían llevar a los hechos. Para salir del abismo necesitamos ideas originales y atrevidas. Es cuestión de motivar a los creadores para que las produzcan sin ataduras dogmáticas ni complejos.