El podcast The Gender Election del New York Times del 24 de octubre revela que en las elecciones de 2024, los hombres menores de 30 años están más inclinados a votar por Donald Trump, mientras que las mujeres jóvenes apoyan abrumadoramente a Kamala Harris. Esta fractura generacional, aunque tiene múltiples causas, está profundamente ligada a las diferencias en la experiencia educativa entre ambos géneros, lo cual resulta relevante incluso para los peruanos interesados en el impacto de la escolaridad, el machismo y el feminismo en las elecciones.

Desde las primeras etapas de la educación, los sistemas escolares han cambiado hacia un enfoque más académico, exigiendo que los niños aprendan a leer y se ajusten a reglas estrictas desde el kindergarten. Este enfoque ha beneficiado en gran medida a las niñas, quienes tienden a madurar antes emocional y cognitivamente, lo que les permite adaptarse mejor a las demandas del aula. Por otro lado, los niños, cuyo desarrollo de funciones como la atención y el autocontrol tiende a ser más tardío, han enfrentado mayores dificultades para cumplir con estas expectativas. Como resultado, muchos de ellos son etiquetados como «inquietos» o «problemáticos», afectando su motivación y rendimiento académico desde temprana edad.

A medida que las niñas avanzan en su educación, siguen destacando tanto en la secundaria como en la universidad. Más mujeres jóvenes completan la educación superior que los hombres, lo que refuerza su sentido de empoderamiento y les abre puertas a una gama más amplia de oportunidades laborales. En cambio, los niños que lucharon en la escuela suelen desvincularse de ella y, en muchos casos, abandonan la secundaria o deciden no asistir a la universidad. Esto los deja en desventaja en una economía que cada vez ofrece menos empleos bien remunerados sin un título universitario, especialmente debido a la desaparición de industrias tradicionales como la manufactura.

Este desajuste educativo ha creado una brecha económica significativa. Los jóvenes hombres que no completan sus estudios enfrentan perspectivas laborales limitadas, lo que afecta profundamente su identidad, históricamente ligada al rol de proveedor. Sin opciones claras para sostener a una familia, muchos de ellos han perdido el sentido de dirección que tenían generaciones anteriores. Esto ha generado frustración y un sentimiento de exclusión, impulsándolos a apoyar a Donald Trump, quien ofrece una visión de restaurar una economía donde los hombres pudieran volver a ocupar su rol tradicional como proveedores con trabajos manuales bien remunerados.

En contraste, las mujeres jóvenes crecieron en un entorno que les decía que podían lograr cualquier cosa, desde ser doctoras hasta presidentas. Esta narrativa de empoderamiento femenino ha sido constante a lo largo de su vida educativa, llevándolas a abrazar causas progresistas. Eventos como la revocación de Roe v. Wade (prohibiendo el derecho al aborto) y el movimiento #MeToo fueron momentos clave que radicalizaron a muchas de ellas, confirmando que los derechos de las mujeres aún están en riesgo y motivándolas a luchar por un cambio político, viendo en Kamala Harris una líder que defiende sus valores.

Estas experiencias educativas dispares han generado una polarización política cada vez más profunda entre hombres y mujeres jóvenes. Mientras las mujeres jóvenes se inclinan hacia la izquierda, apoyando causas como los derechos reproductivos y la justicia climática, muchos hombres jóvenes, excluidos por el sistema educativo y económico, se aferran a figuras conservadoras que les prometen restaurar su lugar en la sociedad.

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