Un doloros lamento frecuente entre padres es «si tú sabías, ¿por qué no me lo dijiste?» Este sentimiento de dolor y frustración surge cuando uno de los padres descubre que otros adultos tenían conocimiento de un problema grave que afecta a su hijo o hija, pero optaron por mantenerlo en silencio. Estos problemas pueden incluir el consumo de alcohol y drogas, el bullying  -sea como víctima o agresor-, el ser objeto de algún acoso presencial o por las redes, la sexualidad irresponsable, la depresión o inclusive los pensamientos suicidas.

A menudo, quienes sabían del problema pueden justificar su silencio por temor a inmiscuirse en asuntos ajenos, preocupaciones sobre la reacción negadora o inamistosa de los padres, no querer dejar mal a sus hijos por ser “delatores” o simplemente porque creían que no era su responsabilidad.

Si bien es cierto que cada familia tiene su propia dinámica y límites de privacidad, la protección de los hijos debería ser una prioridad compartida. En ese sentido la comunicación abierta y honesta entre padres, cuidadores y otros adultos responsables es esencial cuando se trata de la seguridad y el bienestar de los hijos. Y eso nos lleva a la importancia del verdadero sentido de comunidad, que debe construirse entre padres amigos, padres cuyos hijos comparten la vida escolar, actividades extracurriculares, playa, vecindad, etc.

Hay un dicho que dice «se necesita un pueblo para criar a un niño» el cual cobra sentido en situaciones como estas. Todos los adultos que interactúan con un adolescente tienen la responsabilidad de velar por su seguridad y bienestar. Esto significa que si alguien tiene conocimiento de un problema que podría poner en peligro la vida o la salud de uno de los jóvenes, tiene la responsabilidad moral de tomar medidas y alertar a los padres del afectado o aludido.

Una de las razones más poderosas es la reciprocidad. Es decir, pensar que lo que le está pasando a sus hijos le podría pasar a los míos, y si fuera el caso, a mí me gustaría que los padres que estén informados me lo hagan saber para tomar las acciones que cuiden el bienestar mi hijo o hija.

Finalmente, aunque requiere mucho más coraje y confianza que el de los propios padres, esperaría lo mismo de los compañeros de mis hijos que son testigos de estas dificultades. Aunque puede parecer extremadamente altruista esperaría que los buenos amigos que saben que su compañero la está pasando mal tengan la generosidad y coraje de alertar a sus padres, aún a riesgo de distanciarse temporalmente del afectado. Es la verdadera prueba de la honestidad, coraje y amor de la que tanto hablan entre ellos pero que, en muchas de esas situaciones críticas, no logra pasar esta prueba de amistad.

Para facilitarlo es importante crear el ambiente de confianza entre los padres y los amigos de sus hijos, para que sepan que están allí para ayudar o recibir ayuda en caso que se requiera.

Los padres a los que se les confía una situación dolorosa de sus hijos pueden sentirse heridos o enojados al principio, pero en última instancia, valorarán la sinceridad y la oportunidad de intervenir antes de que el problema empeore.

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