A diferencia de una discapacidad física, que uno la puede ver, las discapacidades o limitaciones intelectuales o de aprendizaje no se pueden ver. Se tienen que deducir.

Esta es la razón por la que muchos padres no las ven o quieren aceptar cuando algún educador o psicólogo se los menciona. Los padres se asustan y creen que de ser cierto su hijo o hija quedará fuera de carrera para un futuro promisorio. Les resulta más simple negar la existencia del problema o atribuirlo a un mal enfoque pedagógico que se corrige cambiando al maestro. El asunto es que usualmente bajo esa perspectiva se pasa el tiempo y esos problemas no se evaporan, sino que se agravan.

Hay una anécdota que podría ser esclarecedora. Una de mis exalumnas que en su época de estudiante era brillante en el colegio y luego en la universidad, tenía una hija que tenía dificultades para concentrarse y aprender lo esperado para el grado. Su madre sostenía que su hija no hacía el esfuerzo suficiente y que debía dedicarse más al estudio. No entendía que su hija con TDAH no lograría aprender usando las estrategias que le funcionaron a su madre. Ésta lo que hacía frente a una dificultad era esforzarse más y con ello le bastaba para superar la dificultad. A su hija en cambio, ese enfoque no le daba resultados porque por más que lo intentara no podía concentrarse para enfocarse en los problemas que requerían una elaboración continua y minuciosa. Tenía que aprender otras estrategias para encarar los retos escolares

Este es un ejemplo de cómo el “setting mental” («configuración mental») de los padres hace que les cueste pensar cómo piensa alguien que tiene una configuración mental distinta a la suya. Usualmente no son personas a las que eso les trunca su camino como estudiantes, sino que demanda otras estrategias que los especialistas pueden enseñarles para que se desempeñen sin problemas frente a los retos escolares o académicos

La más conocida de todas estas dificultades invisibles es la de los niños con TDAH, que no es que no sean tan o más inteligentes que sus compañeros, sino que no pueden desplegar todas sus capacidades en el esquema de un aula de clase convencional.

Es por lo tanto bien importante que los padres discriminen si lo que su hijo o hija tiene es un problema de desmotivación, desinterés, aburrimiento, neurológico, interferencia emocional por algún trauma que lo tiene distraído, o si es un problema de aprendizaje, ya que cada uno tiene que abordarse de otra manera

Lo más improductivo que puede ocurrir es que un estudiante con problemas emocionales sea tratado como si tuviera problemas de aprendizaje o a la inversa, o que un alumno aburrido por falta de retos sea tratado como alguien que tiene problemas de desatención o conducta, o a la inversa también.

En suma, el buen diagnóstico, al igual que cualquier problema en una organización, en la vida en sociedad o en la salud de las personas, es clave para intentar resolver el problema. Los profesores suelen ser los primeros detectores de alguna manifestación que conviene estudiarse. Tomar nota de ello, en lugar de ser negadores, puede ser muy provechoso y ahorrar muchos problemas futuros.