En ocasiones escuchamos de profesores frases como «Tu hijo es flojo», «No le interesa nada», «No pone esfuerzo en lo que hace». Pero, antes de etiquetar su comportamiento, vale la pena preguntarnos: ¿realmente es flojera o estamos viendo las consecuencias de un sistema que no ha sabido alimentar su curiosidad y motivación?

Lo que parece desinterés podría ser, en realidad, una falta de conexión entre el niño o joven y lo que se le ofrece. ¿Acaso pasarse horas investigando por su cuenta sobre sus intereses indica falta de voluntad? ¿O simplemente no encuentra sentido en las tareas que se le imponen? ¿Y si un estudiante se distrae con facilidad, es un problema de disciplina o una señal de que el método de enseñanza no logra captar su atención de manera significativa?

Muchos niños rechazan leer los libros escolares, pero devoran cómics o novelas por su cuenta. Esto no significa que no les guste leer, sino que los contenidos escolares no resuenan con sus intereses. De la misma manera, el que un estudiante se frustre fácilmente y abandone un desafío no es una falta de esfuerzo, sino un signo de que el entorno educativo no le está brindando el apoyo necesario para desarrollar resiliencia y estrategias de aprendizaje eficaces.

Es común que prefieran videojuegos o redes sociales antes que estudiar. Estos entornos digitales les ofrecen desafíos, recompensas inmediatas y un sentido de logro que muchas veces el sistema escolar no proporciona. Esto no es pereza, sino una búsqueda de motivación en un entorno que sí la proporciona.

El problema muchas veces no está en estudiante. Es el sistema. Un sistema que muchas veces está estructurado para producir obediencia en lugar de pensamiento crítico, memorización en lugar de creatividad, evaluaciones en lugar de aprendizaje significativo. Un sistema que, en su afán de uniformidad, apaga la chispa que hace a cada estudiante único.

Queremos que nuestros hijos reciban la mejor educación posible, pero ¿esa «mejor educación» está alineada con sus necesidades y talentos? ¿O estamos aferrados a un modelo que ya no responde a los desafíos del mundo en el que ellos crecerán, confiando en que el prestigio tradicional del colegio garantice su éxito?

Existen colegios que logran encender el entusiasmo por aprender, que permiten a los niños desarrollarse no solo en conocimientos, sino también en habilidades personales y sociales. Pero también hay otros donde la educación se convierte en una rutina desmotivadora, y los estudiantes terminan asistiendo más por la socialización o el deporte que por el aprendizaje en sí.

El hecho de que nuestros hijos se resignen a un colegio que no los enciende y que saquen buenas notas para cumplir con el sistema no quiere decir que están desplegando sus capacidades. La conformidad con un sistema que no los reta ni los motiva no es un signo de éxito, sino una señal de alerta.

Como padres, tenemos la posibilidad de elegir no solo el colegio, sino también una forma de acompañar el aprendizaje de nuestros hijos. ¿Podemos ver más allá de las calificaciones y enfocarnos en cómo realmente están aprendiendo? ¿Podemos encontrar un espacio donde el sistema no los apague, sino que les ayude a descubrir su potencial?

La clave no está en asumir que la desmotivación es un rasgo del niño o del joven, sino en cambiar nuestra manera de entender su aprendizaje. Si el sistema no enciende su curiosidad, entonces vale la pena buscar uno que lo haga.

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