No se podrá escribir la historia moderna del Perú de fines del siglo XX sin referirse a dos personajes que se enfrentaron en las elecciones generales de 1990. Alberto Fujimori, ganador de la 2da vuelta con la que accedió al poder político, y Mario Vargas Llosa, vencedor de la 1era vuelta política y de la tercera y definitiva vuelta que es la de la ética y la historia. No es casualidad que Alberto Fujimori termine su quehacer político escapando del Perú, mientras que Vargas Llosa consolida su triunfo intelectual retornando al Perú, a su casa de siempre, a la que seguramente regresará ahora con más frecuencia.
Qué paradójicos resultan los contrastes cuando se les mira en la perspectiva política cortoplacista y cuando se les mira en una perspectiva ética de largo plazo.
Alberto Fujimori, Vladimiro Montesinos y tantos miembros del gobierno que poseían dobles pasaportes o nacionalidades italianos, chinos, japoneses, etc. criticaban aduciendo la misma razón a Mario Vargas Llosa. Pero mientras Fujimori y los suyos ocultaban la suya, Vargas Llosa la exhibía sin vergüenza alguna, porque más que una renuncia a la peruana le significaba un agregado que reconocía su condición de ciudadano del mundo.
Mario Vargas Llosa propuso la transparencia y el culto a la libertad y a la verdad como paradigmas de la nueva política peruana, mientras Alberto Fujimori se escudaba en bacalaos, engaños y mentiras desde sus promesas electorales de «honradez, tecnología y trabajo», pasando por la lucha contra el narcotráfico, el contrabando, las adquisiciones de armas para encarar guerras externas y finalmente el reciente fraude electoral y la truculenta «cowboyada» de persecución a su socio Montesinos.
Mario Vargas Llosa propuso reducir el aparato estatal, mientras que Alberto Fujimori dijo lo contrario pero apenas pudo lo agrandó. Vargas Llosa propuso liberalizar la economía y anticipó un shock que se amortiguaría con un sólido programa de apoyo social, mientras Fujimori negó el shock para luego aplicarlo sin apoyo social alguno. Y así, sucesivamente.
Sin embargo, la reserva moral de Mario Vargas Llosa era tan grande que le bastaron dos entrevistas por televisión («Panorama» y «La Hora N») para desestabilizar al inmoral reeleccionista, quien aún teniendo sometidos a sus pies al 90% de los medios de comunicación fue incapaz de ganar limpiamente por mayoría las elecciones, por lo que apeló al ahora conocido fraude. En cambio, la reserva moral de Alberto Fujimori apenas le alcanza para mandar su renuncia presidencial desde el Japón por fax, país en el que se esconderá para siempre, haciéndole el harakiri a la distancia a sus incondicionales y cómplices.
Los acobardados ayayeros uniformados y civiles de Fujimori hoy esconden su perfil. En cambio, Mario Vargas Llosa se pasea con la frente en alto, en el Perú y el resto del mundo, acumulando cuanto premio existe (que seguramente en algún momento incluirá también el Nobel), expresando sus verdades que no tienen el atributo de la infalibilidad pero sí el peso de la honestidad y decencia.

REFLEXIÓN

En esta época en la que los estudiantes prefieren las áreas empresariales y los cursos de ciencias e informática, todavía hay quienes se preguntan para qué sirve estudiar literatura e historia. Quizá sea porque no se logra trasmitirles que la historia, aunque con otros personajes y escenarios, se puede repetir si lo permitimos. Allí está la historia de tantos líderes elegidos por los pueblos, que conforme su poder y el de sus asesores se volvía absoluto, fueron conduciéndolos al desastre. Y no me refiero sólo a los tan conocidos casos de Hítler o Mussolini, sino también en nuestros lares al del venezolano Perez Jiménez, el argentino Perón, el nicaragüense Somoza, el paraguayo Stroessner, el dominicano Trujillo, o los peruanos Leguía, Odría o Fujimori por mencionar sólo algunos del siglo XX.
Hoy todos los peruanos pagamos el precio de quienes renunciaron a los exigentes mecanismos de la democracia y la legalidad, y fueron complacientes con la trasgresora opción autoritaria. Y ahora que vemos como los perseguidores se convierten en perseguidos se reitera el precio que pagan quienes cegados por la riqueza o el poder, no se percatan que estos son temporales y pendulares. Un día están arriba y otro abajo. Un día tienen y otro no. Un día son ganadores y otro perdedores. Quizá sería bueno leer de vez en cuando los proverbios bíblicos como aquel que señala premonitoriamente que «aquel que cava un hoyo para otros en él caerá, y quien arroja una piedra a los demás, sobre su cabeza la recibirá» (proverbio XXVI, 27).