En días recientes, por problemas en el botón de «no comentarios» en mi Facebook, hubo dos posts en los que entraron comentarios, y su naturaleza es un indicador claro de quién no es competente para un cargo de decisor. Uno, aludía a la inutilidad de las pruebas PISA como gran referente de la calidad educativa. Al preguntar si prefieren vivir en una democracia como EE.UU. o una dictadura como China, hubo comentaristas que se salieron del tema de fondo (uso indebido de las pruebas PISA) para desviarse hacia comentarios respecto a cuán democrático es EE.UU., con acusaciones de genocidio, etc. La sola presencia de palabras como EE.UU., China o Cuba tenían tal impacto emocional que impedían a los comentaristas concentrarse en el sentido del contenido escrito.

El segundo caso fue al mencionar las disruptivas ideas sobre educación de Elon Musk. En lugar de centrarse en discutir la viabilidad de propuestas que se salen de lo común, los comentaristas se concentraron en descalificar a Musk por sus actitudes empresariales o alianza con el recientemente elegido Donald Trump. Incluso en algunos casos los comentaristas se desvían totalmente del tema para aludir a mi persona, descalificando mis opiniones dada mi actividad en la educación privada o mi identidad judía. En suma, si el mensajero (quién lo dice) o si alguna alusión a persona o país le molestan emocional o ideológicamente, descalifican lo que se dice así sea algo genial y útil a tomar en consideración.

Me dejó pensando en la cantidad de situaciones en las que quien toma decisiones se ve afectado por sus emociones, prejuicio e ideología, o la de sus allegados influyentes (como ocurre con muchos gobernantes también), y hasta qué punto podemos confiar en las opiniones de quienes no son capaces de concentrarse en las ideas sino en quién o cómo las dice.

La reflexión que trae este texto invita a cuestionar no solo la competencia técnica de los postulantes a cargos ejecutivos, sino también su capacidad para tomar decisiones racionales, basadas en datos y argumentos, sin dejarse influir por emociones o prejuicios. Es preocupante observar cómo, en muchos casos, la reacción emocional hacia un tema o individuo puede enturbiar la capacidad de análisis y la discusión objetiva. Esto tiene implicancias importantes para la selección de líderes en todos los niveles, desde empresas hasta gobiernos.

Un líder efectivo necesita demostrar que puede separar sus emociones y preferencias ideológicas de su capacidad para evaluar ideas y propuestas. La incapacidad para hacerlo no solo limita su juicio, sino que también afecta la calidad de las decisiones que toma, especialmente en contextos complejos y de alto impacto. Esto plantea una pregunta crucial para quienes seleccionan a ejecutivos o funcionarios: ¿Cómo evaluar si un candidato es capaz de analizar ideas disruptivas sin prejuicio?

Un posible método es plantearles dilemas o escenarios con componentes emocionalmente cargados y observar si logran concentrarse en los aspectos objetivos del problema. Por ejemplo, se podría discutir un caso controvertido como el de Elon Musk y sus propuestas educativas, o el uso de las pruebas PISA, evaluando su capacidad para separar al mensajero de su mensaje. Esta habilidad, conocida como pensamiento crítico desapasionado, es esencial para liderar en tiempos de polarización y sobreinformación.

Además, es importante considerar el contexto organizacional y cultural en el que se desempeñará el postulante. Las decisiones ejecutivas suelen involucrar múltiples actores con intereses diversos, y un buen líder debe ser capaz de manejar esas tensiones sin perder el enfoque en los objetivos estratégicos. Esto incluye la capacidad de escuchar opiniones divergentes y tomar decisiones basadas en evidencias, incluso cuando estas desafían sus propias creencias o las de su entorno.

Finalmente, las organizaciones deberían incorporar en sus procesos de selección herramientas específicas para medir la inteligencia emocional y la capacidad de análisis crítico. Estas competencias son tan relevantes como las habilidades técnicas para garantizar un liderazgo eficaz y resiliente frente a los desafíos actuales.

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