En Perú, aspiramos a que los jóvenes talentosos con vocación docente elijan estudiar para ser profesores. Sin embargo, la realidad que se les presenta es desalentadora: «Estudia cinco años, gradúate, preséntate año a año a concursos para ver si logras ser contratado, y, si tienes suerte, conseguirás un contrato en alguno de los años siguientes. Así, puedes pasar hasta diez años como contratado sin ser nombrado, aunque hagas el mismo trabajo que tus colegas nombrados. Todo esto, a menos que alcances un cupo luego de que apruebes una evaluación arbitraria que no predice nada y que probablemente muchos profesores nombrados no aprobarían. Además, entrarás a una profesión desprestigiada, mal remunerada y con un techo salarial muy bajo, incluso si logras ser nombrado».
¿Un padre o madre moderno, aventuraría a su hijo a estudiar educación bajo estas condiciones? ¿Un joven postulante, con buenos antecedentes escolares, encuentra atractiva la opción de convertirse en docente?
Es hora de dejar de lado el eslogan de ingreso meritocrático a la carrera magisterial. Este sistema deja a los contratados en una condición precaria durante años, a pesar de que demuestran en la práctica su competencia como docentes. ¿Tiene sentido mantener a un contratado indefinidamente en el aula y decidir su destino profesional con un examen puntual de un par de horas, una práctica que, paradójicamente, está prohibida para evaluar a los alumnos y emitir una evaluación final?
Salvo que, masoquistamente, tanto el Estado y los gobernantes de turno, como los adeptos a la fórmula vigente que apuestan por reconocerla como adecuada y mantenerla tal cual, sientan que no vale la pena rediseñar todo el fallido sistema de capacitación y retención de promisorios postulantes y docentes.
Sé que mi opinión es minoritaria, quizá aislada, pero creo que le haría bien al Perú salirse de la caja de lo que llaman «meritocracia» para pensar fuera de la caja cómo hacer que los mejores docentes estén a cargo de nuestros alumnos. Si observan como las empresas captan y retienen a su gente más competente podrán imaginar otras opciones. Estoy seguro que si se quitan esa camisa de fuerza de «más de lo mismo», encontrarán fórmulas más vanguardistas. Algunas las he planteado en columnas anteriores, pero ninguna tiene sentido si no hay un reconocimiento de que es necesaria.