En un mundo cada vez más dominado por la inteligencia artificial, una pregunta inevitable se alza: ¿Dónde está la creatividad del columnista cuando se apoya en herramientas como ChatGPT? La respuesta, aunque compleja, revela que el proceso de escritura sigue siendo un ejercicio profundamente humano, cargado de decisiones conscientes y artísticas.

Todo comienza con una pregunta de origen, ese primer destello de curiosidad o inquietud que da pie a la columna. Esta pregunta inicial no solo orienta el rumbo, sino que también plantea los límites del análisis. Es el punto de partida que conecta la intención del escritor con el potencial impacto en su público. Sin una buena pregunta, no hay columna que valga.

Sin embargo, el trabajo no termina ahí. Las sucesivas repreguntas son las que realmente pulen el sentido y la especificidad del texto. Cada iteración, cada corrección, transforma el escrito en algo más cercano a la visión del columnista. Este proceso es comparable a la labor de un escultor que, golpe a golpe, libera la figura atrapada en el bloque de mármol. En este caso, las herramientas digitales son solo eso: cinceles que ayudan a revelar la escultura, pero el arte y la intención siguen siendo humanas.

El escritor también decide qué textos agregar o retirar en cada versión que se va gestando. Estos ajustes no son triviales; cada palabra suma o resta impacto, claridad y emoción. La selección de ideas, así como el ritmo y el tono, forman parte del estilo personal del columnista, que busca resonar con su público y transmitir su mensaje con la mayor fuerza posible.

El pulido de la ortografía, la gramaticalidad y eventualmente la traducción a otro idioma son pasos finales que aseguran la calidad formal del texto. Estos aspectos técnicos pueden parecer mecánicos, pero cada decisión sobre cómo estructurar una frase o cómo elegir la palabra adecuada refuerza el objetivo comunicativo de la columna.

Finalmente, es el lector quien tiene la última palabra. Una columna, por más refinada que sea, solo cobra verdadero significado en la mente de quien la lee. Si el texto invita a la reflexión o inspira un nuevo aprendizaje, entonces ha cumplido su propósito. El uso de herramientas como ChatGPT no desvirtúa este proceso; al contrario, lo enriquece al permitir que el autor se concentre en lo esencial: la idea, el mensaje, el impacto.

En síntesis, la creatividad no está ausente al usar ChatGPT; simplemente se manifiesta de una forma distinta. La inteligencia artificial no escribe columnas sin recibir insumos, correcciones y directrices del escritor. Es este último quien orquesta el proceso, quien da forma al caos inicial y decide cómo sonará la música final. En el arte de escribir, las herramientas son secundarias; la chispa creativa siempre será humana.

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