Es común escuchar que la economía, ciencia, tecnología, comunicaciones interpersonales, salud, y diversos bienes y servicios del siglo XXI son cada vez más distintos que los del siglo XX, pero aún cuesta trabajo asumir que la democracia siglo XXI tampoco es ni será la de siglo XX. El aumento de jóvenes que no conocen el pasado, el inmediatismo, el hartazgo frente a la política tradicional, el incremento de adultos mayores que ya han visto de todo, la inseguridad, la polarización que se deriva del consumo de las redes entre tantos otros factores llevan a la población fracturada a elegir según dos criterios: un carismático y autoritario desconocido, y/o alguien carismático del signo político opuesto al del gobierno anterior.

Es curioso que es un minúsculo número de votantes el que define el destino de los países que al quedar divididos entre dos tienen asegurada la fractura entre posiciones extremas, como cuando se juntan la «U» y el «Alianza Lima» en el estadio a jugar un clásico. Eso hace inviable la convergencia democrática que requiere un centro fuerte que aglutine a todas las fuerzas políticas que algo ganan y algo pierden de sus posiciones iniciales pero llegan a acuerdos. Lo vimos con Pedro Castillo en Perú, Lula de Silva en Brasil, Gustavo Petro de Colombia, Alvaro Noboa de Ecuador, que ganaron por menos de 2% y Boric de Chile, Rodrigo Chaves de Costa Rica, Santiago Peña de Paraguay, y Milei de Argentina que ganaron por 6%. Casi todos implicaron un giro de derecha a izquierda o izquierda a derecha.

En este contexto, la educación debe jugar un rol crucial en la formación de ciudadanos informados y críticos. Fomentar habilidades de pensamiento crítico y analítico es fundamental, enseñando a cuestionar la información, evaluar diferentes fuentes, y entender los sesgos y las perspectivas de cada una. La educación en medios y alfabetización digital también es crucial, dada la influencia de las redes sociales y los medios digitales en la formación de la opinión pública. Comprender cómo se difunde la desinformación y reconocer las noticias falsas son habilidades necesarias en el ciudadano moderno.

Además, es vital promover la empatía y las habilidades de diálogo interpersonal. Entender y respetar puntos de vista diferentes es esencial para la convivencia democrática. La capacidad de dialogar y encontrar puntos en común puede ayudar a reducir la polarización. Una sólida educación cívica que incluya conocimientos sobre las instituciones políticas, los procesos electorales, y la importancia del estado de derecho y los derechos humanos es igualmente importante.

En resumen, la democracia del siglo XXI requiere adaptarse a las nuevas realidades, entendiendo las dinámicas de un mundo interconectado y digital, mientras busca construir un centro político que promueva la estabilidad y evite la polarización extrema. Es crucial fomentar la apertura a diferentes culturas y puntos de vista, así como considerar los problemas desde una perspectiva más global.

La educación debe jugar un papel central en este proceso, equipando a los individuos con habilidades críticas, digitales, interpersonales y cívicas, fomentando la apertura, la empatía y la adaptabilidad.

La pregunta es cuánto de esto se hace en la escuela y al no haberlo hecho, cuan responsable es la educación tradicional de las desgracias políticas y democráticas en las que nos ha tocado vivir en las últimas décadas. Tantas PISAs, ECEs, TIMSS, estándares de Matemáticas y cero educación cívica ciudadana que nos de la oportunidad de integrarnos y convivir en paz procurando el bien común<

La respuesta en el Perú fue Pedro Castillo, y la secuencia de presidentes vacados y gobernantes acusados de corrupción que dejaron a la deriva navegando sin piloto a nuestro país. Ya es hora que elijamos un piloto que corrija el rumbo e integre a todos los peruanos.