Fueron muy esclarecedoras las revelaciones que hizo ex Primer Ministro Federico Salas en el Congreso y las declaraciones del ex Ministro de Agricultura José Chlímper en el canal «N» (30/11/2000).
Lo que Federico Salas relató sobre su negociación con Vladimiro Montesinos llamó a escándalo no sólo por las elevadas cifras que se manejaron sino principalmente por la negociación con Montesinos y el cobro salarial «sin recibo» que lo convertía literalmente en su dependiente. Esto dejó al descubierto las razones de su imperdonable «transfuguismo» de la candidatura presidencial opositora al premierato del gobierno de Fujimori, y su absoluta inoperancia en esas funciones. Sus posteriores referencias no-corroboradas por sus ex colegas respecto a la incompetencia de Fujimori y su condición de siamés rehén de su asesor han sonado a profunda deslealtad.
Sin embargo, el deseo natural de Salas de saber cuánto ganaría en el cargo ha sido criticado injustamente por quienes argumentan que cuando se asume un cargo de ese nivel no se debe preguntar por el sueldo, porque debe primar la vocación de servicio al país. Quizá esa posición sería la normal si los sueldos totales reales en la administración pública fueran de dominio público y si guardaran la debida proporción con lo que ganan en total los asesores, consultores, congresistas y hasta los entrenadores de fútbol contratados por instituciones representativas del Estado. Pero no debemos dejar de lado que siendo desconocidas estas remuneraciones, el tema despierta la curiosidad de los convocados y las suspicacias naturales en la población. Sabemos que la razón por la que los altos sueldos no se hacían públicos era la costumbre fujimorista de esconder información. Si se hubiera hecho pública, el común de los ciudadanos se hubiera dado cuenta que el Presidente Fujimori los engañaba cuando decía que ganaba 2,500 soles y cuando prometió demagógicamente en 1992 que los nuevos congresistas ganarían menos que los anteriores.
De no reconocer esta necesidad de los profesionales convocados de conocer previamente las condiciones de su trabajo, tendríamos que aceptar que asumir un cargo ministerial implica para un profesional de clase media arriesgar su carrera profesional y su economía familiar «a ciegas», lo que no suena muy responsable. Así, salvo contadas excepciones, sólo se podrían conseguir ministros que tienen asegurada su economía por otras fuentes, o que no les interesa el sueldo porque van a explotar a su favor el ejercicio de un cargo de poder. Eso no es bueno para el Perú.

CHLIMPER
La otra cara de la moneda la vimos en el ex ministro de agricultura José Chlimper, quien mostró sus calidades personales y profesionales e hizo importantes deslindes éticos con la corrupción y la ineficacia. Resultó muy aleccionadora su conclusión personal, contraria a su expectativa inicial, de que quien asume un cargo público no puede separar su actividad como experto o técnico de lo que es el quehacer político del gobierno al que se incorpora. Eso incluye también ser capaz de asumir el activo y el pasivo del gobierno que lo convoca para ser ministro, porque los ciudadanos se ven afectados por el conjunto de las acciones de un gobierno y no solo por lo que ocurre en un tiempo y sector determinado, bajo un ministro específico.
El dijo que había aceptado la cartera ministerial porque pensaba que todo peruano tenía la obligación de ser «leal al Estado» (parafraseado a Javier Pérez de Cuellar al aceptar el actual Premierato), asumiendo las altas responsabilidades nacionales que se le solicitaran.
Chlimper ha aprendido que también se puede ser «leal al Estado» desistiendo de estos pedidos, si uno no se identifica con el proceder ético de un gobernante, o condicionando la aceptación del cargo a la resolución previa de los atropellos legales y éticos que el gobierno podría haber propiciado por sus propios desaciertos y deméritos.
José Chlimper salió airoso de su gestión ministerial, no sólo porque «jugó en equipo» tomando iniciativas concertadoras y acciones para limpiar el óxido del sector, sino especialmente porque en un país en el que brillan los fugados y los que esconden la cara o culpan a terceros por sus propios actos, el ex ministro dio una lección de integridad y coraje que buena falta le hacen a los peruanos. Salir a explicar sus motivaciones personales, relatar con franqueza los hechos, explicar los dilemas que debía encarar, reconocer sus errores, y asumir la responsabilidad política de sus actos con la frente en alto, sin embarrar al Presidente que lo convocó pero tomando distancias de las inmoralidades del régimen, denotan una calidad poco frecuente. Ojalá el ex Presidente Fujimori aprendiese de José Chlimper cómo se encaran las responsabilidades públicas.