Las personas de la tercera edad, cuando observamos los continuos desafíos y desarrollos tecnológicos, laborales, medioambientales, económicos, etc. pensamos no solamente en nosotros sino en el mundo que se les viene a nuestros hijos y nietos. Y en ese sentido son aleccionadores los viajes a países del primer mundo (además de los informativos globales serios) que nos muestran a los peruanos qué desarrollos ya existentes recién entrarán en nuestra agendas en 5, 10 ó 20 años después, como ocurre por ejemplo con los trenes o metros que son moneda común en el transporte masivo de estos países; las automatizaciones de todo tipo especialmente en transacciones comerciales, bancarias y de call centers; las videovigilancias usando videocámaras, celulares e interceptaciones telefónicas; las tendencias a encumbrar gobiernos autoritarios radicales caudillistas de uno u otro signo con el consecuente debilitamiento de las democracias que además se atan a cambios constitucionales y de los sistemas judiciales; el debilitamiento económico y laboral de las clases medias junto con la decepción frente a la economía de mercado; el híperdominio de los mercados por parte de monopolios o carteles que dejan indefensos a los consumidores; el empoderamiento continuo de los estados plataformas que dominan el mundo digital con muchos más poderes que los gobiernos nacionales formales; el calentamiento global; las guerras tecnológicas; las nuevas epidemias; el desconcertante predominio de las fake-news y fake-videos; etc.

Junto con ello, vamos viendo reportes sobre el impacto de todo eso en la mente de nuestros niños y jóvenes, que últimamente ha dado cabida a una serie de estudios sobre el deterioro de su salud mental y de su capacidad de atención/concentración más allá de los 3 minutos que dura un video en las redes, una pieza informativa o una búsqueda de alguna información en Internet.

Como educador de larga trayectoria, he podido observar en el pasado la lentitud con la cual reaccionan los sistemas educativos y ministerios de educación respecto a los cambios en los contextos de vida presente de los niños y adolescentes que asisten a las instituciones educativas. Estas usualmente están desfasadas 10 ó 20 años de aquello que las teorías pedagógicas y psicológicas más recientes sostienen respecto al aprendizaje y la convivencia social.

Ello me lleva a preguntarme, frente a los cambios de contexto político, económico, tecnológico, laboral, social y medioambiental que son cada vez más rápidos y disruptivos, ¿qué preparación “para la vida” tienen los asistentes a esas instituciones educativas tan apegadas al pasado y a las inercias del “no cambio” o “no se puede” o “siempre se ha hecho así”?

¿No es hora de convertir a los colegios y universidades en plataformas para el feed-foward en lugar del feed-back? Es decir, retroalimentarse desde lo que se viene en el futuro en vez de hacerlo respecto a lo que hubo en el pasado.

Esperar que lo hagan los ministerios de educación es pedir peras al olmo, porque son burocracias masivas, reglamentaristas, auto-neutralizadas, temerosas de cambiar cosas que pueden crear alguna angustia en el público. Además, son muy dependientes de lo que se decida en otros espacios como puede ser la presidencia de la república, la PCM, el MEF o la comisión de educación del congreso, cada una de las cuales tiene su propia agenda y matriz de criterios que dificultan cualquier avance significativo. Por eso es que los cambios deben ocurrir a partir de las propias instituciones educativas capaces de hacerlo por sí solas, que de ser exitosos luego inspiran e impactan en los demás, teniendo al Minedu como un difusor de las innovaciones más que un creador de las mismas. Para ello, basta con dotar de suficiente autonomía a los colegios y alentarlos a que ensayen propuestas innovadoras y compartan sus hallazgos y aprendizajes con toda la comunidad. Así mismo, alentar a las universidades e institutos pedagógicos a que eduquen a los futuros docentes para ser innovadores de la educación, en vez de ser el reservorio de la reiteración de la educación tradicional que no les permite conectarse con los alumnos de estos tiempos ni los venideros.

No nos engañemos. El reto del Minedu está en el terreno normativo. Pero el reto de la innovación está en cada una de las instituciones educativas.

Esas son las que tienen que encontrar la ruta para que dentro de los límites normativos vigentes, -que ojalá se vayan ampliando y flexibilizando- pongan en marcha propuestas educativas que sean relevantes para la vida de sus estudiantes. Si no lo van a hacer ellas mismas, no lo va a hacer nadie por ellas. Y sus egresados tendrán que cargar con la tarea de desaprender en la vida adulta aquello que les fue forzado a aprender durante su paso por las instituciones educativas, para luego reaprender aquello que será realmente relevante. Y los que no lo logren, se quedarán regados en el camino, como ya está ocurriendo con miles de egresados y “profesionales” que no logran levantar la cabeza en el mercado laboral o en el mundo empresarial.

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