A menudo se sostiene que ya existen suficientes diagnósticos en educación y que es momento de implementar las soluciones propuestas. Sin embargo, los diagnósticos varían e incluso pueden ser contradictorios, dependiendo de la concepción pedagógica y/o ideológica de quien los formula. Entonces, ¿cuál debe aplicarse? ¿El diagnóstico de un estatista o el de un liberal? ¿El de un organismo internacional o el que surge autónomamente desde las propias fuerzas del país? ¿El diagnóstico tradicional, predominante en América Latina y que no ha llevado a buenos resultados, o el de una visión progresista, que defiende el derecho a la autonomía e innovación?
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Por otro lado, aun cuando un ministro en funciones quisiera implementar una reforma educativa, se enfrentaría a intereses creados y paradigmas tradicionales con una enorme inercia, resistentes al cambio. Sin el respaldo político, económico y legal de una coalición sólida—incluyendo al presidente, el primer ministro, el ministro de economía, el presidente del Congreso y el de la comisión de educación—, esa reforma no avanzará. Un ministro sin ese respaldo está condenado al fracaso y a una corta permanencia en el cargo. (Dicho sea de paso, esta es la razón por la que muchos invitados a asumir el ministerio terminan rechazando el puesto: sin una base de apoyo real, su destino es quemarse sin lograr nada).
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Esta es una de las razones por las que en América Latina se ha girado en círculos en torno a los mismos diagnósticos y soluciones fallidas, sin avanzar. La obsesión por los estándares, las pruebas internacionales, PISA y similares también ha sido un freno para la innovación. En muchos casos, la educación ha quedado atrapada en políticas cortoplacistas, condicionadas por cambios de gobierno y la influencia de sectores que buscan preservar el statu quo.
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Además, la falta de consensos amplios y sostenidos ha generado una fragmentación en la implementación de reformas, dando lugar a esfuerzos dispersos y contradictorios. Así, pueden coexistir propuestas que promueven el pensamiento crítico junto con otras que refuerzan la uniformidad. Si hubiera coraje político para generar consensos amplios y sostenidos se podría  generar reformas sustantivas rápidamente. Mientras no se haga, millones de estudiantes siguen formándose en sistemas obsoletos, incapaces de prepararlos para un mundo en constante transformación.
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