En el Perú el Minedu sabe que 4 de cada 5 alumnos no aprende lo que se propone en Matemáticas y 2 de cada 3 no lo logra en lectura. Pero insiste en su modelo. Y así ha sido hace décadas, bajo la sombra de las pruebas internacionales consideradas como el infalible referente de la educación de calidad pese a todas las objeciones de infinidad de expertos. Panorama similar se observa en toda Latino América.

No le interesa tomar en serio la equivocada idea de que todos los alumnos pueden aprender con el mismo currículo, los mismos estándares y las mismas evaluaciones, lo que es una ilusión peligrosa que solo beneficia a la minoría que encaja en el molde predefinido del sistema. En nombre de la equidad, se impone una uniformidad que ignora las diferencias individuales, dejando fuera del aprendizaje real a quienes no encajan en el modelo escolar tradicional.

El currículo uniforme parte de la premisa de que todos deben recorrer el mismo camino, con los mismos contenidos y a la misma velocidad. Sin embargo, esta visión desconoce que los estudiantes no parten desde el mismo punto ni tienen las mismas oportunidades. No todos tienen acceso a recursos, no todos responden de la misma manera a un único método de enseñanza, y no todos aprenden con la misma facilidad ciertos temas. Obligar a todos a encajar en un mismo modelo no democratiza la educación, sino que convierte la escuela en un filtro que premia a unos pocos y margina a muchos.

Los estándares comunes, aunque se presentan como una garantía de calidad, en realidad reducen el aprendizaje a lo medible y comparable. Lo que no entra en los estándares —habilidades creativas, pensamiento crítico aplicado a contextos diversos, desarrollo emocional, el cultivo del carácter— queda fuera del sistema o relegado a un papel secundario. Pero el problema no es solo lo que se excluye, sino también lo que se da por sentado: la idea de que todos los estudiantes pueden y deben desarrollar las mismas competencias de la misma manera, como si el aprendizaje fuera un proceso homogéneo y lineal.

Esta visión simplista ignora que las competencias dependen de experiencias previas, intereses y contextos distintos, y que no todos los estudiantes encuentran sentido o utilidad en las mismas habilidades. El resultado es un aprendizaje forzado, descontextualizado y, en muchos casos, inútil para la vida real.

Por su parte, las evaluaciones de logros aplicadas de manera uniforme son el golpe final a la diversidad del aprendizaje. Al medir el desempeño con los mismos parámetros para todos, se invisibilizan los avances individuales y se desmotiva a quienes no encajan en el modelo rígido de evaluación. No se reconoce el esfuerzo ni el progreso personal, sino únicamente la coincidencia con un estándar arbitrario. La evaluación estandarizada impone un modelo de éxito único y deja sin reconocimiento a quienes aprenden de manera distinta, agravando aún más la desigualdad y la exclusión.

Si realmente queremos una reforma educativa que valore el derecho de todos a aprender, necesitamos abandonar la ilusión de la homogeneidad y construir un sistema basado en la diversidad real. Esto implica:

– Diseñar currículos flexibles, incluyendo una parte que sea elegida por los propios alumnos, que permitan múltiples trayectorias de aprendizaje en lugar de imponer un solo camino.

– Promover aprendizajes adaptativos, reconociendo que no todos avanzan al mismo ritmo ni de la misma forma, de la mano con evaluaciones diversas, donde los estudiantes puedan demostrar su aprendizaje de diferentes maneras, no solo con pruebas estandarizadas uniformes.

– Dar mayor autonomía a los directores y docentes para que definan su proyecto educativo institucional y para que personalicen la enseñanza y no sean simples ejecutores de programas rígidos.

– Incorporar el aprendizaje basado en proyectos y en la resolución de problemas reales incluyendo el estudio de escenarios futuros en los que les tocará vivir y actuar, donde los alumnos puedan aplicar lo aprendido en contextos significativos para ellos.

– Invertir en equidad, garantizando que todos los estudiantes tengan acceso a Internet, laptops (desde 5to grado), materiales diversos y apoyos que realmente necesitan para aprender de manera efectiva.

El derecho a la educación no significa que todos reciban la misma enseñanza, sino que cada estudiante tenga la oportunidad real de aprender según sus propias capacidades, intereses y circunstancias. Solo un sistema que respete la diversidad puede ser verdaderamente inclusivo. La estandarización no es el camino: en lugar de garantizar el derecho a aprender, restringe el aprendizaje a quienes encajan en su molde y castiga a quienes no lo hacen.

Es hora de dejar la indolencia y reformar la educación pensando en todos, no solo en los que pueden adaptarse a un modelo que excluye a la mayoría.

Quién sabe la campaña electoral que se avecina sea una oportunidad para que se presenten propuestas reformistas inteligentes, creativas y valientes, y que los vencedores de los comicios tengan el coraje de ponerlas en marcha de inmediato.

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PD: Muchas veces se sostiene que ya hay suficientes diagnósticos en educación y es hora de poner en práctica las soluciones propuestas. Sin embargo, hay diagnósticos diferentes, inclusive contrapuestos, que dependen de la concepción pedagógica y/o ideológica del proponente. Entonces ¿Cuál es el que debe aplicarse? ¿El que hace un estatista o el que hace un liberal? ¿El que hace un organismo internacional o el que se gesta autónomamente desde las fuerzas propias del país? ¿El habitual, del mayoritario pensamiento tradicional tan común en América Latina que no nos ha llevado a buen puerto, o el progresista, el de quienes reclamamos el derecho a la autonomía e innovación? Esa es una de las razones por las que en América Latina han estado dando vueltas en trompo en torno al mismo diagnóstico, las mismas soluciones fallidas, sin dar un paso hacia adelante. 
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